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14 dic 2009

eBook: Canción de Navidad - Charles Dickens


Empecemos por decir que Marley había muerto. De ello no cabía la menor duda.Firmaron la partida de su enterramíento el clérigo, el sacristán, el comisario de entierrosy el presidente del duelo. También la fírmó Scrooge. Y el nombre de Scrooge eraprestigioso en la Bolsa, cualquiera que fuese el papel en que pusiera su firma.

El viejo Marley estaba tan muerto como el clavo de una puerta. ¡Bueno! Esto no quiere decir que yo sepa por experiencia propia lo que hayparticularmente muerto en el clavo de una puerta; pero puedo inclinarme a considerar unclavo de féretro como la pieza de ferretería más muerta que hay en el comercio. Mas lasabiduría de nuestros antepasados resplandece en los símiles, y mis manos profanas nodeben perturbarla, o desaparecería el país. Me permitiré. pues, repetir enfáticamente queMarley estaba tan muerto como el clavo de una puerta.

¿Sabía Scrooge que aquél había muerto? Indudablemente. ¿Cómo podía ser de otromodo? Scrooge y él fueron consocios durante no sé cuántos años. Scrooge fue su únicoalbacea, su único administrador, su único cesionario, su único legatario universal, suúnico amigo y el único que vistió luto por él. Pero Scrooge no estaba tan terriblementeafligido por el triste suceso que dejara de ser un perfecto negociante, y el mismo día delentierro lo solemnizó con un buen negocio.

La mención del entierro de Marley me hace retroceder al punto de partida. Es indudableque Marley había muerto. Esto debe ser perfectamente comprendido; si no, nadaadmirable se puede ver en la historia que voy a referir. Si no estuviéramos plenamenteconvencidos de que el padre de Hamlet murió antes de empezar la representación teatral,no habría en su paseo durante la noche, en medio del vendaval. por las murallas de su....

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