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10 mar 2010

El CSIC presenta el "Archivo del Duelo" sobre el 11-M


Perpetuar, catalogar y estudiar lo que estaba condenado a ser efímero. Este es el principal objetivo del Archivo del Duelo, un proyecto multidisciplinar del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en el que se ha trabajado sobre cientos de fotografías, dibujos, textos y pancartas, entre otros materiales, depositados en los altares improvisados que se instalaron en algunas de las estaciones madrileñas afectadas por los atentados terroristas del 11 de marzo de 2004. Los investigadores plantearon un doble objetivo: crear un archivo etnográfico con las cerca de 70.000 piezas recopiladas y ofrecer un análisis antropológico sobre el material para conocer qué había detrás de la respuesta ciudadana a los atentados.

El proyecto, realizado en estrecha colaboración con las asociaciones de víctimas y afectados, llega a su punto final mañana, miércoles 10 de marzo, con la cesión del archivo a la Fundación de los Ferrocarriles Españoles. Ya digitalizado, el catálogo será accesible para su estudio, previa autorización. Han sido cuatro años de trabajos coordinados por la investigadora del CSIC Cristina Sánchez‐Carretero, que ha contado con la participación de los también científicos del CSIC Carmen Ortiz, Antonio Cea Gutiérrez, Paloma Díaz‐Mas, Pilar Martínez Olmo, Luis Díaz Viana, Pedro Tomé y Virtudes Téllez.

La principal línea de investigación profundiza en los mecanismos sociales que surgen como respuesta ante traumas colectivos. Este primer estudio, realizado por Sánchez‐ Carretero y Carmen Ortiz, revela el carácter performativo de los altares improvisados: “Son una forma de participación política y de acción social, que traspasa las fronteras de clase social o grupo étnico”.

Según Sánchez‐Carretero, esta connotación performativa permite describir estos altares como grassroots, término empleado por los antropólogos para definir los movimientos asociativos que surgen de forma no institucional y cuyos mecanismos difieren de los actos promovidos por estructuras de poder. “Este hecho es muy evidente si comparamos los memoriales del 11‐M o el 11‐S con los monumentos a los caídos o los homenajes al soldado desconocido”, explica la investigadora.

Según los autores, este tipo de respuesta social es una de las formas más directas del proceso democrático y presenta, por regla general, dos objetivos: no olvidar lo sucedido y pedir una acción en la calle, exigiendo una respuesta determinada de los gobernantes. “De ahí el gran componente político que presentan este tipo de acciones”, añade Sánchez‐Carretero.

En su conjunto, estas manifestaciones son un reflejo de la sociedad que ha sufrido el impacto. “Un claro ejemplo de ello es la influencia de los medios de comunicación en todos los altares improvisados, fruto de la importancia que tienen en nuestros días. En el 11‐M, las velas, carteles, cartas, flores… todas las piezas se concibieron para ser vistas y, por tanto, captadas por las cámaras de los periodistas”, apunta Carmen Ortiz.

Resulta difícil establecer una cronología exacta sobre el origen de esta práctica. Modelos parecidos de toma de las calles por la ciudadanía se documentaron, por ejemplo, tras el asesinato del presidente estadounidense Abraham Lincoln, en 1865. No obstante, las formas de expresión más frecuentes en este tipo de rituales surgieron a posteriori y están vinculadas a su difusión a través de los medios de comunicación de masas.


11-M, características especiales: ‘Todos íbamos en ese tren’

El carácter local de la respuesta, a juicio de los investigadores, es uno de los elementos más diferenciadores de la reacción ante el 11‐M. Este cariz resulta especialmente visible si se compara con el 11‐S. Así lo explica Sánchez‐Carretero: “Los estudios sobre la respuesta en Nueva York revelan una marcada presencia de mensajes patrióticos y de unidad en torno al Estado basada en el miedo al terrorismo y al enemigo común. En cambio, en Madrid los mensajes eran mayoritariamente positivos, pidiendo paz y la construcción de un mundo mejor. La unidad del duelo se articuló en torno a la ciudad y, fundamentalmente, en torno a los trenes. No en vano, una de las consignas más repetidas fue Todos íbamos en ese tren”.

Además del análisis de los mecanismos de esta respuesta social, el proyecto ha abordado el estudio del material desde otras perspectivas. Es el caso del trabajo del investigador del CSIC Antonio Cea, que ha analizado la destacada presencia de elementos religiosos en los altares improvisados. Su estudio se ha centrado en los 919 testimonios conservados de la cultura católica: imágenes, rosarios, cruces, y sobre todo estampas.


La literatura de los mensajes

La investigadora del CSIC Paloma Díaz‐Mas ha estudiado los aspectos literarios de los textos encontrados en los altares. Su análisis incide en la diversidad de soportes y de géneros, muchas veces entrecruzados: poemas originales, algunos muy elaborados, piezas de autores populares o letras de canciones de rock se entremezclan con lemas, citas bíblicas o fragmentos de discursos de Martin Luther King. Asimismo, se recuperaron cartas dirigidas a las víctimas y crónicas que ofrecían el relato de las vivencias de sus autores, a modo de catarsis.

Según Díaz‐Mas, los textos en su conjunto componen un “tratado colectivo de moral” en el que, como ya indicaron las conclusiones de sus compañeros, los elementos negativos son muy escasos. Las palabras más repetidas: recordar, paz y expresiones que se sintetizan en el lema Todos íbamos en ese tren.


Un proyecto antropológico de urgencia

Como explica Sánchez‐Carretero, el proyecto surgió al tiempo que ocurría la respuesta ciudadana, en los días sucesivos a los atentados: “Al igual que otros colectivos profesionales, sentimos que debíamos hacer algo. La reacción espontánea del pueblo de Madrid nos llevó a cuestionarnos qué había tras la toma de los espacios públicos para ritualizar el duelo”.

El equipo comenzó este trabajo tomando sus propias fotografías de los altares improvisados. Posteriormente, incorporaron nuevas instantáneas de fotógrafos y colaboradores voluntarios, pero el proyecto tomó un rumbo completamente diferente después de que el CSIC y Renfe firmaran un acuerdo de cesión temporal de los objetos y documentos depositados en las estaciones.

El grupo asumió entonces el archivo y catalogación de una colección multiformato, única por sus características. En total, 2.482 fotografías, 495 objetos, 6.432 papeles y más de 58.000 piezas digitales, entre ellas mensajes electrónicos recogidos en las máquinas habilitadas en las estaciones.

Para Pilar Martínez Olmo, coordinadora de la parte del proyecto dedicada a la conservación y catalogación de los documentos y directora de la Biblioteca Tomás Navarro Tomás del CSIC, la principal dificultad fue la de individualizar y limpiar esta variedad de objetos. “Cada uno de los materiales requería un cuidado especial: las pancartas y papeles a veces habían tenido cera cerca o habían sido pegados con celo. Además, era preciso individualizarlos para que ninguno traspasara sus problemas de conservación al resto”.




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