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13 oct 2011

Secuenciado el ADN del germen de la Peste Negra


Un equipo de investigadores ha logrado extraer el genoma de la peste bubónica a partir de cuatro víctimas que murieron en torno a 1348. El análisis apunta a que aquella variante medieval que acabó con un tercio de la población de Europa es genéticamente casi idéntica a las que existen en la actualidad. Esto sugiere que el patógeno, Yersinia pestis, no tenía un ADN que lo hiciera especialmente letal y que otros factores pudieron ser más determinantes en su expansión sin precedentes entre 1347 y 1351.


Los autores de la investigación apuntan que el cambio del clima y su impacto en la salud humana pudo ser uno de los factores determinantes. "Aún no sabemos si era más virulenta o simplemente encontró una población cuyo sistema inmune estaba muy debilitado", explica a este diario Hendrik Poinar, investigador de la Universidad McMaster de Canadá y codirector del trabajo, publicado hoy en Nature, junto con Johannes Krause, profesor de la Universidad de Tubinga.

El nuevo genoma puede también ayudar a los científicos a reaccionar ante un nuevo rebrote de la enfermedad. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, la peste sigue siendo endémica en zonas de África, América y Asia. En 2003, hubo más de 2.000 casos en nueve países. El genoma de la peste bubónica también delata que los actuales antibióticos bastarían para curar a cualquier persona que sufriera la variante medieval, según los autores del trabajo.

En octubre de 1347, un barco lleno de marineros moribundos llegados del mar Negro atracó en el puerto de Mesina, Sicilia. Sufrían altas fiebres, los ganglios de sus cuellos e ingles parecían ir a estallar en cualquier momento y su piel estaba cubierta de bultos negros. Morían en apenas unos días sin que ningún médico pudiese hacer nada. La enfermedad, sin causa conocida, avanzó como un trueno por Europa. "Los padres abandonaban a los hijos enfermos. Los abogados se negaban a tomar testamento de los moribundos", cuentan testimonios de la época. En apenas cinco años la peste abrazó Europa de París a Londres y de Barcelona a Moscú, llevándose por delante 30 millones de vidas.

Las causas de la "muerte negra", como la llamaron los británicos, siguen a debate más de seis siglos después. Muchos investigadores, incluidos los que firman el estudio actual, la atribuyen al Y. pestis. Otros apuntan a una posible confluencia de otras infecciones, incluido el ántrax.

La mejor forma de resolver el entuerto es rebuscar entre los muertos. Otros equipos habían logrado extraer antes pequeños fragmentos de ADN de Y. pestis de dientes de fallecidos en la plaga. El equipo de Poinar ha sido el primero que ha logrado extraer el genoma completo del patógeno gracias a los dientes de cuatro víctimas enterradas entre 1348 y 1350. En esa época, las autoridades de Londres, abrumadas por la cantidad de muertos, tuvieron que comprar terrenos y abrir "sepulturas de emergencia". Una de ellas se cavó en East Smithfield, donde se enterraron a unas 2.500 personas. Los dientes de dos mujeres adultas, un individuo de menos de 16 años del que no se puede saber el sexo y un cuarto cadáver sin identificar, han permitido recomponer el 99% del genoma del patógeno que acabó con sus vidas. Su ADN se extrajo del interior del diente, donde aún había restos de "un polvo negro que era sangre seca", explicó ayer Kirsten Bos, investigadora de McMaster y responsable de la extracción y aislamiento del material genético.

Los resultados confirman que aquella variante es el antepasado de los patógenos actuales, que se pueden encontrar en roedores y que siguen causando peste entre humanos. En estos 660 años de evolución, la peste apenas ha cambiado. De los más de cuatro millones de eslabones de ADN que componen el genoma del patógeno, apenas 90 son diferentes entre la versión actual y la variante del siglo XIV, explica Krause. "Hubo otros factores más importantes para explicar la virulencia más elevada de la peste medieval", resalta. "Nuestros resultados indican que la muerte negra fue la primera pandemia de peste de la historia, por lo que los humanos no estaban adaptados", señala.

El clima también fue un factor clave. En el siglo XIV comenzó un periodo de bajas temperaturas y frecuentes lluvias conocido como la pequeña edad de hielo. Esto, a su vez, creó un escenario perfecto para infecciones víricas, la pérdida de cosechas y las consiguientes oleadas de hambre entre los más humildes. "Era la tormenta perfecta", resume Poinar.

Para llegar hasta el hombre, la peste debía servirse de un vector y un huésped. El primero son las pulgas, cuya picadura transmite la enfermedad. Las segundas fueron las ratas y, después, las personas.

El barco de aquellos marineros que trajeron la peste a Europa había recalado en Caffa, en el mar Negro, hasta donde la epidemia había llegado desde China por la ruta de la seda. El naciente comercio internacional permitió que la peste llegase a un territorio de oportunidades. "Acababa de estallar la Guerra de los Cien Años y la densidad demográfica del mundo urbano crecía", resume José Luis Betrán, historiador de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB). La insalubridad dentro de esas ciudades, donde las condiciones de higiene eran muy escasas, hizo el resto. Aunque no le sorprenden las conclusiones del trabajo, Betrán resalta las aportaciones que la genética puede hacer a la historia para aclarar la evolución de enfermedades

"Estos trabajos son importantes también para el futuro", opina Assumpció Malgosa, experta en paleopatología de la UAB. "Permiten ver si ha cambiado algo en los patógenos, si eran más agresivos y si pueden ayudar a la prevención de infecciones en el futuro", añade.

El próximo paso del equipo de Krause y Poinar es adentrarse más en el pasado. Quieren lograr ADN del patógeno que ocasionó la plaga de Justiniano, una pandemia de peste que arrasó Constantinopla en el siglo VI. "Queremos analizar víctimas de aquella época para saber si las mató el Y. pestis o tal vez otra variante", comenta Krause. A más largo plazo, su objetivo es crear un catálogo "fósil de patógenos" con las variantes de tuberculosis, cólera o sífilis que mataron a millones de personas hace siglos.


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