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7 nov 2012

Cuando los dientes de sable y los osos-perro cazaban en Madrid


Hace 9 millones de años, lo que ahora es la provincia de Madrid era un terreno de caza para distintos grandes carnívoros que se repartían el hábitat y las presas, todavía sin la presencia del ser humano. Estos mamíferos eran felinos dientes de sable y osos-perro que, aunque rivales, recorrían las mismas zonas boscosas y pastizales con idéntico objetivo: la depredación. 




Este vistazo al pasado ha sido posible gracias a una investigación dirigida por paleontólogos de la Universidad de Michigan y el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid, que han analizado el esmalte de los dientes de algunas de estas especies en el yacimiento de Cerro de los Batallones.

Los investigadores encontraron restos de dos especies de gato -una del tamaño de un leopardo llamado Promegantereon ogygia y otra mucho más grande, como un león, el Machairodus aphanistus- que vivían juntos en una zona boscosa durante el Mioceno tardío. Probablemente, les gustaba cazar las mismas presas, como caballos y jabalíes. En este hábitat, los dientes de sable más pequeños podrían haber utilizado la cobertura arbórea para evitar encontrarse con los de mayor tamaño. Mientras tanto, el oso-perro iba detrás de los antílopes en una zona más abierta superpuesta al territorio de los gatos, pero algo alejada.

«Estos tres animales habitaban la misma área geográfica al mismo tiempo. Lo que hacían para coexistir era evitarse el uno al otro y repartir los recursos». explica Soledad Domingo, investigadora en el Museo de Paleontología de la Universidad de Michigan y autora principal del artículo sobre los hallazgos publicado en la revista Proceedings of the Royal Society B.

Los grandes carnívoros como estos son raros en el registro fósil, sobre todo porque los animales herbívoros más abajo en la cadena alimentaria han sido más numerosos que los consumidores de carne a lo largo de la historia. El Cerro de los Batallones, donde Domingo ha estado excavando durante los últimos ocho años, es especial. De sus nueve sitios, dos son antiguos fosos con una gran cantidad de huesos de mamíferos carnívoros. Muy ágiles, dicen los investigadores, estos depredadores probablemente saltaban en las trampas naturales en busca de una presa atrapada. «Estos sitios ofrecen una ventana única para entender la vida en el pasado», afirma Domingo.

Para llegar a sus conclusiones, los investigadores llevaron a cabo un análisis de los isótopos estables de carbono en los dientes de los animales. Usando el taladro de un dentista con una broca de diamante, tomaron muestras de dientes de 69 especímenes, incluyendo 27 tigres dientes de sable y osos-perro. El resto eran herbívoros. Los científicos aislaron el carbono del esmalte de los dientes y utilizaron un espectrómetro de masas para su análisis.

Grabado en los dientes

El carbono 12 y 13 están presentes en el dióxido de carbono que las plantas absorben durante la fotosíntesis. Plantas diferentes hacen uso de los isótopos de diferentes maneras, y así se conservan distintas cantidades de ellos en sus fibras. Cuando un herbívoro come una planta, la planta deja una firma isotópica en los huesos y dientes del animal. La firma viaja a través de la cadena alimentaria y también se puede encontrar en los carnívoros.

Debido a que los investigadores pueden decir lo que los herbívoros comían, pueden imaginarse cómo era el paisaje: una zona boscosa con parches de pastizales. Los gatos no mostraron diferencias significativas en sus proporciones estables de isótopos de carbono. Eso significa que probablemente se alimentaban de las mismas presas y vivían en el mismo hábitat, pero los depósitos varían según el tamaño de las presas.

«Los tres grandes mamíferos depredadores capturaban presas en diferentes partes del hábitat, como lo hacen los grandes depredadores que coexisten en la actualidad. Así que, aunque ninguna de las especies de este ecosistema de hace 9 millones de años está viva hoy en día (sí algunos de sus descendientes), se han encontrado evidencias de interacciones ecológicas similares a los ecosistemas modernos», dice Catherine Badgley, bióloga evolutiva y coautora del estudio.


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