Estamos en un lugar polvoriento que no existe en muchos mapas, a medio camino entre la Tierra y los cielos siderales de Arizona, a tiro de piedra del Gran Cañón. Los astronautas del Apolo entrenaron aquí, en el Black Point Lava Flow, para ir familiarizándose con lo que luego encontrarían en la Luna. Y los científicos e ingenieros de la NASA vuelven año tras año, atraídos por las formaciones de lava basáltica, intentando recrear el momento en que pongamos el pie en un asteroide o en Marte.
“Bienvenidos al futuro de la exploración humana”, anuncia Joe Kosmo, jefe de Misión de los Desert RATS (Research and Technology Studies). “En los últimos 14 días, y gracias a los dos nuevos “rover”, hemos cubierto un área de 120 kilómetros. No está nada mal, si tenemos en cuenta que los astronautas de los Apolo no pudieron alejarse del módulo lunar más de seis millas...”.
En el campamento terrestre de la NASA nos espera el futurista y flamante vehículo de exploración espacial (SEV). Compartimos los mandos con el ingeniero-jefe de robótica, Lucien Junkin, que nos invita a perderle el respeto a esta especie de submarino con seis ruedas... “Olvídate del volante. El funcionamiento es muy simple: una sola palanca sirve para desplazarlo hacia adelante, hacia atrás o hacia los lados, como un cangrejo, o para girar 360 grados si hace falta. No superaremos los diez kilómetros por hora, pero podremos adentrarnos en todo tipo de terrenos”.
El SEV tiene un hermano gemelo del que apenas se separa. En condiciones “espaciales”, los dos “rover” avanzan sin perderse de vista, fieles al concepto “lead and follow” (lidera y sigue). Están diseñados incluso para poder acoplarse lateralmente: en caso de emergencia, piloto y copiloto pueden saltar al segundo vehículo. El habitáculo interior es suficientemente amplio como para desplegar dos camas y contener aprovisionamiento para más de una semana.
El “rover” nos lleva hasta los tentáculos del “Atleta”, el explorador extraterrestre que que puede levantarse sobre sus patas metálicas a más de cuatro metros de altura. En condiciones de terreno extremas, las ruedas se bloquean y hacen las veces de “pies”. El “Atleta” es capaz de caminar como una araña gigante y cargar sin problemas con 450 kilos de peso.
Por mucho que se empeñe, el imponente “Atleta” no puede ocultar su condición de vehículo “lunar”. Al fin y al cabo fue concebido antes de que Obama ordenara la cancelación parcial del programa Constelación y suspendiera los planes para volver a la Luna. El nuevo objetivo, bastante indefinido, es un asteroide u Objeto Cercano a la Tierra (NOE) en el año 2025, con la mirada puesta en Marte en la década del 2030.
“El cambio de objetivo no ha afectado a nuestra misión”, asegura Barbara Romig, ingeniera de la NASA y coordinadora de los Desert RATS. “No importa que sea la Luna, un asteroide o Marte. La esencia de la exploración espacial es la misma: los vehículos y los robots están diseñados para poder funcionar en condiciones extremas y fuera de la atmósfera terrestre”.
Una cierta nostalgia selenita se percibe sin embargo en las actividades de los Desert RATS, que iniciaron su andadura hace trece años y remontaron el vuelo con el Programa Constelación. Ingenieros y técnicos de treinta campos de investigación de la NASA han completado en dos semanas la “misión” en el alto desierto de Arizona, concretada en esa ficticia “misión espacial” de 120 kilómetros que coincide nada casualmente con la distancia entre el cráter Shackleton y la montaña Malapert (dos de los objetivos iniciales para el regreso a la Luna).
“Tenemos que aprovechar todo lo que hemos experimentado y aprendido con el programa Constelación”, asegura Mike Lichter, del Centro de Investigación Glenn en Ohio. “Uno de nuestros principales empeños era y sigue siendo conseguir la mayor autonomía posible para los astronautas”.
Mike Mackin, en el papel de astronauta en tierra, lleva precisamente en la mochila el “producto” de varios meses de investigación: un artilugio electrónico de 15 kilos de peso, incluida la batería y las antenas, que obedece al nombre de EVAIS (Sistema Extravehicular de Actividad e Información) y que parece a simple vista capaz de propulsarle a la estratosfera.
“Gracias a la cámara de alta definición y a la webcam, mis ojos son también los ojos del científico que puede seguir mis pasos y analizar sus muestras en tiempo real”, asegura Mackin. “Aquí, en el antebrazo, llevo un pequeño ordenador que me permite tener una conciencia muy exacta del lugar en el que estoy, del tiempo transcurrido y otras coordenadas”.
En el futuro inmediato, los astronautas no sólon serán más autónomos sino que podrán delegar el trabajo sucio en “robonautas” como R2, que en noviembre se incorporará a la tripulación de la Estación Espacial Internacional. “El rononauta va a marcar no sólo un hito en la exploración espacial, sino en una nueva época en la robótica terrestre”, asegura Rob Ambrose, del Johnson Space Center de Houston, quince años trabajando en el desarrollo del primer “androide” que compartirá asiento con los astronautas en el “shuttle”.
R2 es en realidad medio androide: le faltan las piernas, aunque ya las tendrá. Su función será de momento liberar de la limpieza y del trabajo “sucio” a los astronautas, aunque con el tiempo será capaz de hacer incluso reparaciones en órbita y paseos espaciales. Y también podrá ejercer de intrépido explorador del planeta Marte, antes de que llegue el hombre, acoplado a la parte delantera del robot Centauro y moviéndose a placer impulsado por las cuatro ruedas.
En el campamento de los Desert Rats sólo pudimos ver de momento la parte puramente mecánica y dorada del Centauro, armado con una pala excavadora, subiendo y “moviendo” literalmente montañas, con la bandera de barras y estrellas dándole el necesario toque lunar.
No podíamos despedirnos del campamento de los Desert Rats sin pasar un tiempo en el módulo de hábitat presurizado (HDU), que podría servir de base portátil de operaciones. Dentro del módulo nos encontramos con la geóloga Cindy Evans, estrenando ante nuestros ojos el laboratorio Glovebox, y con una roca basáltica de la expedición a Black Point Lava Flow haciendo la veces de muestra lunar o “marciana”.
“Estamos ante una simulación de muy alta fidelidad”, sostiene el astronauta Mike Gernhard, que voló cuatro veces en el transbordador espacial y que ahora concentra todos sus esfuerzos en las futuras aplicaciones del “rover” en superficies no terrestres. “Cuando llegue el ansiado momento, no podemos dejar ningún detalle en manos del azar”.
“Bienvenidos al futuro de la exploración humana”, anuncia Joe Kosmo, jefe de Misión de los Desert RATS (Research and Technology Studies). “En los últimos 14 días, y gracias a los dos nuevos “rover”, hemos cubierto un área de 120 kilómetros. No está nada mal, si tenemos en cuenta que los astronautas de los Apolo no pudieron alejarse del módulo lunar más de seis millas...”.
En el campamento terrestre de la NASA nos espera el futurista y flamante vehículo de exploración espacial (SEV). Compartimos los mandos con el ingeniero-jefe de robótica, Lucien Junkin, que nos invita a perderle el respeto a esta especie de submarino con seis ruedas... “Olvídate del volante. El funcionamiento es muy simple: una sola palanca sirve para desplazarlo hacia adelante, hacia atrás o hacia los lados, como un cangrejo, o para girar 360 grados si hace falta. No superaremos los diez kilómetros por hora, pero podremos adentrarnos en todo tipo de terrenos”.
El SEV tiene un hermano gemelo del que apenas se separa. En condiciones “espaciales”, los dos “rover” avanzan sin perderse de vista, fieles al concepto “lead and follow” (lidera y sigue). Están diseñados incluso para poder acoplarse lateralmente: en caso de emergencia, piloto y copiloto pueden saltar al segundo vehículo. El habitáculo interior es suficientemente amplio como para desplegar dos camas y contener aprovisionamiento para más de una semana.
El “rover” nos lleva hasta los tentáculos del “Atleta”, el explorador extraterrestre que que puede levantarse sobre sus patas metálicas a más de cuatro metros de altura. En condiciones de terreno extremas, las ruedas se bloquean y hacen las veces de “pies”. El “Atleta” es capaz de caminar como una araña gigante y cargar sin problemas con 450 kilos de peso.
Por mucho que se empeñe, el imponente “Atleta” no puede ocultar su condición de vehículo “lunar”. Al fin y al cabo fue concebido antes de que Obama ordenara la cancelación parcial del programa Constelación y suspendiera los planes para volver a la Luna. El nuevo objetivo, bastante indefinido, es un asteroide u Objeto Cercano a la Tierra (NOE) en el año 2025, con la mirada puesta en Marte en la década del 2030.
“El cambio de objetivo no ha afectado a nuestra misión”, asegura Barbara Romig, ingeniera de la NASA y coordinadora de los Desert RATS. “No importa que sea la Luna, un asteroide o Marte. La esencia de la exploración espacial es la misma: los vehículos y los robots están diseñados para poder funcionar en condiciones extremas y fuera de la atmósfera terrestre”.
Una cierta nostalgia selenita se percibe sin embargo en las actividades de los Desert RATS, que iniciaron su andadura hace trece años y remontaron el vuelo con el Programa Constelación. Ingenieros y técnicos de treinta campos de investigación de la NASA han completado en dos semanas la “misión” en el alto desierto de Arizona, concretada en esa ficticia “misión espacial” de 120 kilómetros que coincide nada casualmente con la distancia entre el cráter Shackleton y la montaña Malapert (dos de los objetivos iniciales para el regreso a la Luna).
“Tenemos que aprovechar todo lo que hemos experimentado y aprendido con el programa Constelación”, asegura Mike Lichter, del Centro de Investigación Glenn en Ohio. “Uno de nuestros principales empeños era y sigue siendo conseguir la mayor autonomía posible para los astronautas”.
Mike Mackin, en el papel de astronauta en tierra, lleva precisamente en la mochila el “producto” de varios meses de investigación: un artilugio electrónico de 15 kilos de peso, incluida la batería y las antenas, que obedece al nombre de EVAIS (Sistema Extravehicular de Actividad e Información) y que parece a simple vista capaz de propulsarle a la estratosfera.
“Gracias a la cámara de alta definición y a la webcam, mis ojos son también los ojos del científico que puede seguir mis pasos y analizar sus muestras en tiempo real”, asegura Mackin. “Aquí, en el antebrazo, llevo un pequeño ordenador que me permite tener una conciencia muy exacta del lugar en el que estoy, del tiempo transcurrido y otras coordenadas”.
En el futuro inmediato, los astronautas no sólon serán más autónomos sino que podrán delegar el trabajo sucio en “robonautas” como R2, que en noviembre se incorporará a la tripulación de la Estación Espacial Internacional. “El rononauta va a marcar no sólo un hito en la exploración espacial, sino en una nueva época en la robótica terrestre”, asegura Rob Ambrose, del Johnson Space Center de Houston, quince años trabajando en el desarrollo del primer “androide” que compartirá asiento con los astronautas en el “shuttle”.
R2 es en realidad medio androide: le faltan las piernas, aunque ya las tendrá. Su función será de momento liberar de la limpieza y del trabajo “sucio” a los astronautas, aunque con el tiempo será capaz de hacer incluso reparaciones en órbita y paseos espaciales. Y también podrá ejercer de intrépido explorador del planeta Marte, antes de que llegue el hombre, acoplado a la parte delantera del robot Centauro y moviéndose a placer impulsado por las cuatro ruedas.
En el campamento de los Desert Rats sólo pudimos ver de momento la parte puramente mecánica y dorada del Centauro, armado con una pala excavadora, subiendo y “moviendo” literalmente montañas, con la bandera de barras y estrellas dándole el necesario toque lunar.
No podíamos despedirnos del campamento de los Desert Rats sin pasar un tiempo en el módulo de hábitat presurizado (HDU), que podría servir de base portátil de operaciones. Dentro del módulo nos encontramos con la geóloga Cindy Evans, estrenando ante nuestros ojos el laboratorio Glovebox, y con una roca basáltica de la expedición a Black Point Lava Flow haciendo la veces de muestra lunar o “marciana”.
“Estamos ante una simulación de muy alta fidelidad”, sostiene el astronauta Mike Gernhard, que voló cuatro veces en el transbordador espacial y que ahora concentra todos sus esfuerzos en las futuras aplicaciones del “rover” en superficies no terrestres. “Cuando llegue el ansiado momento, no podemos dejar ningún detalle en manos del azar”.
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