Hace más de un siglo, el Observatorio de Harvard reclutó a un grupo de
mujeres para realizar un trabajo tedioso y mal pagado: analizar
estrellas en placas fotográficas de vidrio. Pero con el tiempo aquellas
damas se convirtieron en verdaderas profesionales, y nombres como
Williamina Fleming, Annie Jump Cannon, Antonia Maury, Henrietta S.
Leavitt y Cecilia Payne entraron en la historia de la astronomía. Sus
méritos los repasa ahora para Sinc la divulgadora científica Dava Sobel,
autora de El universo de cristal.
Los retratos en blanco y negro de aquellas mujeres no eran muy
diferentes a los de otras señoras de la época, pero sus fotos en grupo
sí reflejan que realizaban una tarea especial. No se reunían para coser o
tomar el té, sino para estudiar las estrellas.
“Son las mujeres
del Observatorio de Harvard que 'tomaron la medida' a las estrellas”,
según cuenta la reportera y divulgadora científica Dava Sobel (Nueva
York, 1947), conocida por libros como Latitud o La hija de Galileo, en su nueva obra: El universo de cristal.
La
historia se desarrolla a finales del siglo XIX y principios del XX,
cuando el director del observatorio, el astrónomo Edward C. Pickering,
contrató a un grupo de mujeres como ‘computadoras humanas’ para
registrar, de forma tediosa y metódica, las observaciones que los
hombres hacían con el telescopio. De modo despectivo se bautizó a aquel
inusual equipo femenino como el ‘harén de Pickering’.
El mismo trabajo lo podrían haber realizado los hombres, según la
autora, pero el director eligió a mujeres: “Quizá pensó que eran más
pacientes y cuidadosas con los detalles, pero también sabía que podía
pagarles salarios más bajos (unos 25 centavos de dólar la hora, bastante
menos que a los varones)”.
Placas de vidrio que generan astrónomas
“Pero
según se fue introduciendo la fotografía en el campo de la astronomía,
aquellas mujeres pasaron de la computación al estudio de las estrellas
que aparecían en las placas fotográficas de vidrio”, señala la
escritora, que aclara: “El universo de cristal hace referencia al medio
millón de placas que se acumularon en Harvard durante décadas y que
permitieron a la mayoría de aquellas mujeres llegar a ser astrónomas y
hacer descubrimientos extraordinarios”.
Sobel explica a Sinc que una de las pioneras fue Williamina Fleming
(Escocia, 1857 – Boston, 1911): “Comenzó su carrera en el Observatorio
de Harvard como empleada doméstica –tras abandonarla el marido–, pero
pronto aprendió a analizar las placas fotográficas y acabó consiguiendo
numerosos hallazgos astronómicos. Entre otros, la identificación de diez
novas y más de trescientas estrellas variables. Además se convirtió en la primera conservadora de fotografías astronómicas”.
Otra de las profesionales fue Annie Jump Cannon
(Delaware, 1863 – Massachusetts, 1941). “La alegre y adorable Miss
Cannon accedió en 1896 a su puesto en el observatorio y, en un entorno
dominado por hombres, fue la primera mujer a la que se permitió hacer
sus propias observaciones a través del telescopio”, apunta Sobel, quien
destaca también una de sus principales aportaciones: “Desarrolló un
sistema de clasificación estelar que todavía se utiliza”.
Por su parte, Antonia Maury (Cold Spring, 1866 - Nueva
York, 1952) “llegó a ser la primera mujer universitaria graduada que
ingresó en el Observatorio de Harvard, tras estudiar astronomía con
María Mitchell, la primera estadounidense que descubrió un cometa”.
Maury trabajó activamente en los catálogos de los espectros estelares.
“Cada una de aquellas mujeres se enfrentó al desafío de convertirse
en una nueva clase de astrónomo, que en lugar de observar las estrellas
con telescopios, lo hacía mediante placas fotográficas, lupas y
microscopios”, comenta la divulgadora,"y su recompensa fue enfrentarse a
un desafío realizando descubrimientos fundamentales y reconocidos en
todo el mundo”.
Medir distancias astronómicas
Una de estas aportaciones relevantes la desarrolló Henrietta Swan Leavitt (Lancaster,
1868 – Massachusetts, 1921). Con su estudio de placas de vidrio tomadas
por telescopios del hemisferio sur, “hizo una importante observación
acerca de estrellas variables cefeidas y
sentó las bases de un patrón fiable (una relación entre el periodo y la
luminosidad de las estrellas) que sirvió para medir distancias en el
universo”, subraya la autora. El trabajo de Leavitt, junto al de sus
compañeras en el mal llamado harén de Pickering, ha inspirado una serie de vídeos divulgativos producidos por el Instituto de Astrofísica de Andalucía (CSIC).
En su libro, Sobel también destaca los estudios de otra de aquellas
mujeres que llegaron más tarde al Observatorio de Harvard, la británica Cecilia Payne
(Wendover, 1900 – Massachusetts, 1979): “Obtuvo el primer doctorado en
astronomía en la Universidad de Harvard y mientras investigaba para su
tesis –que llegó a ser calificada como la mejor de la historia
astronómica–, descubrió que las estrellas están constituidas
fundamentalmente de hidrógeno”.
Grupo de ‘computadoras humanas’ analizando datos y placas fotográficas en el Observatorio de Harvard. / Harvard College Observatory |
Sobel
considera que todos estos ejemplos “nos recuerdan que las mujeres
siempre han estado interesadas por la ciencia, y también que lograron
objetivos científicos incluso antes de que ganaran su derecho al voto
(en 1920 en EEUU). Con su ejemplo, muestran lo importante que son la
determinación y el trabajo duro para responder a las oportunidades que
van surgiendo”.
La divulgadora también señala que las computadoras humanas de Harvard
dejaron un legado importante para otras científicas: “Fueron las
‘abuelas’ de las ‘figuras ocultas’
de Langley (mujeres afroamericanas que trabajaron en ese laboratorio de
la NASA en los años 60) y de las ‘rocket girls’ del Jet Propulsion
Laboratory. El éxito de las mujeres de Harvard también hizo que otros
directores de observatorios ofrecieran puestos al personal femenino, de
modo que se convirtió en normal que las mujeres trabajaran en
computación”.
Pero a pesar de los indudables avances tanto en
ciencia como en la promoción de la mujer, Sobel considera que todavía
queda camino por delante, especialmente en estos momentos: “Me temo que
una peligrosa actitud anticiencia está ganando fuerza con la nueva
administración de EE UU. El recorte de fondos en investigación, junto a
la ignorancia en asuntos como el cambio climático, pueden limitar las
oportunidades tanto para hombres como para mujeres".
“Aunque esto
también nos estimula a todos a actuar", reflexiona la veterana
escritora, quien considera que la comunicación de la ciencia ahora "es
más importante que nunca”; y acaba dando un consejo, en principio
dirigido a los periodistas y los divulgadores científicos, pero con un
mensaje universal: “Adelante, queda mucho trabajo por hacer”.
FUENTE: SINC
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