Han transcurrido 36 años desde que Martin Cooper (1928) realizó la primera llamada de la historia con un teléfono móvil personal desde una calle de Nueva York, pero este inventor rememora la conversación como si la hubiera realizado hace unos minutos.
Al otro lado de la línea se encontraba Joel Engel, rival suyo en Bell Labs. "Decidí llamar a la competencia porque, por aquel entonces, eran muy arrogantes: sólo ellos tenían el dinero y tecnología", rememora. Y le dije: "Engel, te estoy llamando desde un teléfono móvil real y portátil. Al otro lado de la línea, silencio. Pensé que Engel lo estaba pasando muy mal, aunque luego reaccionó. Ahora, dice que no se acuerda de esa primera llamada, pero yo la recuerdo palabra por palabra", comenta con una sonrisa.
A punto de cumplir 81 años, Cooper es un ejemplo de vitalidad y de buen humor. "No me importa que me llaman padre del teléfono móvil, mientras que no me llamen abuelo", comenta divertido.
Infancia
Martin Cooper, último premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica, junto a Ray Tomlinso, inventor del correo electrónico, sigue mirando la vida con el mismo espíritu curioso que le llevó a investigar con tenacidad en Motorola aquellos primeros móviles portátiles.
Este hijo de inmigrantes ucranianos vivió su primera infancia durante la época de la Gran Depresión y pasó cuatro años en la Marina estadounidense, donde combatió en la Guerra de Corea. En 1950, se graduó como Ingeniero Eléctrico por el Instituto Tecnológico de Ellinois. Cuatro años después, empezó a trabajar en Motorola. Robaba horas al sueño para continuar sus estudios de doctorado, lo que le permitió obtener el título en 1953.
Cuando se le ocurrió la idea del móvil portátil, la operadora AT&T había ya inventado la tecnología de la telefonía móvil. Pero su visión estaba limitada: pensaban que sólo tenía sentido utilizarla desde los coches. Y fue Martin Cooper, al frente de un equipo de investigadores de Motorola, quién concibió el teléfono móvil portátil y personal. "Nuestra visión era distinta. Pensamos que la tecnología brindaba la libertad a la gente de poder tener un teléfono portátil personal que les permitiera hablar desde cualquier lugar", explica.
Y sonríe cuando se le pregunta si es verdad, como circula por Internet, que se inspiró en el comunicador que utilizaba el capitán Kirk en Star Trek. "No, nuestra visión era anterior. Quizá sí hubo una influencia posterior en el diseño de modelos comerciales", comenta.
Así que se pusieron manos a la obra para demostrar tanto a AT&T como al Gobierno estadounidense que el futuro estaba en el móvil. "Por aquel entonces no existían ni los teléfonos fijos inalámbricos, así que fue muy convincente enseñarles aquel primer móvil", asegura.
Ese aparatoso ladrillo que salió de los laboratorios de Motorola en 1973 era el DynaTAC, un teléfono que permitía hablar durante 35 minutos y pesaba alrededor de un kilogramo. Motorola tardó una década en pasar de ese prototipo a una versión comercial, que ya pesaba medio kilo y costaba la friolera de 4.000 dólares (equivalentes a 10.000 dólares de nuestra época).
EscepticismoCooper tuvo que luchar todos esos años contra la incomprensión y el escepticismo de quienes le miraban como a un loco cuando explicaba en qué trabajaba. "Es la historia de mi vida, nadie me cree. Es la carga que llevamos los visionarios, siempre vamos por delante de la gente, es normal que sean incrédulos", asegura.
Cooper agradece la confianza que depositaron en él algunos directivos de Motorola, aunque reconoce que dentro de la compañía había muchos que dudaban, "sobre todo los financieros". "Motorola invirtió 100 millones de dólares de los de 1973 en un proyecto que no le proporcionaba ningún ingreso. A la larga sería un éxito, pero en ese momento había que tener paciencia. Así es que sí, había mucha presión, a pesar de que en este momento Motorola tenía otros negocios de éxito con los que pagaban nuestro trabajo", rememora.
Cooper dice siempre tuvo la certeza de que su invento sería un éxito aunque, lógicamente, no podía imaginar que su adopción sería tan rápida. "¿Cómo íbamos entonces a imaginar que la mitad de la población mundial tendría hoy un teléfono móvil? ¿O que incluso se podría llegar a regalar algo que costaba 4.000 dólares?", se pregunta.
Su habitual sentido del humor deja paso a la seriedad cuando se le pregunta qué siente al saber que su invento es utilizado por miles de millones de personas en la actualidad. "Siento una gran satisfacción. La mayor recompensa que puede recibir un tecnólogo es comprobar que su invento es útil y lo utilizan a diario miles de millones de personas", asegura.
Una contribución que le ha sido reconocida con numerosos premios como el Wharton Infosys Business Transformation Award y el Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica. "Aprecio los galardones que recibo no sólo en mi nombre, sino en el de muchos colegas que han contribuido a mis éxitos", puntualiza.
Conservadurismo
Martin Cooper tiene muy claro que los inventores no deben perder de vista que su objetivo es ofrecer a la gente tecnologías atractivas y sencillas. Al preguntarle qué otra cosa le hubiera gustado inventar, se queda pensativo. "Mi mujer también me lo pregunta continuamente. Para mí, lo importante es que la tecnología sea sencilla e intuitiva. Que no tengas que ser un ingeniero para manejar un aparato. Por ejemplo, creo que el PC no es una buena tecnología, no es lo suficientemente simple de utilizar", asegura.
Cree que en esta divergencia entre los tecnólogos y los usuarios intervienen otras variables. "Es cierto que la tecnología va quizá demasiado deprisa, más de lo que la gente puede asimilar. El problema, creo yo, es que la gente es conservadora por naturaleza", opina.
Cooper es, ante todo, un inventor. Pero no sólo. En 1983, abandonó Motorola para crear su propia compañía, Cellular Business Systems, que proveía a los operadores de sistemas de facturación, y que vendió tres años después a CincinatiBell por 23 millones de dólares.
En 1992, se embarcó en otra nueva aventura al frente de ArrayComm, compañía de la que es director ejecutivo y que ha desarrollado el sistema de antenas inteligentes.
"No soy un buen hombre de negocios. Yo soy un inventor. Mi mujer sí es una buena emprendedora, pero yo soy un soñador. Afortunadamente, hay bastante gente que entiende y respeta el trabajo de soñadores como yo, por lo que podemos conseguir el dinero necesario para hacer realidad nuestras ideas", dice.
Precisamente, mientras impulsaba el negocio de las antenas inteligentes formuló lo que se conoce como la Ley de Cooper o de la Eficiencia Espectral, que determina que el máximo de conversaciones de voz o transacciones de datos que pueden circular por un área del espectro radiofónico se duplica cada treinta meses.
Pero también ha impulsado con ganas el invento de su mujer, un sencillo móvil llamado Jitterburg, que comercializa Samsung en Estados Unidos y está dirigido a personas mayores. Cooper lo saca de su bolsillo: "Nada de cámaras, ni MP3... tan solo números grandes y la posibilidad de recibir ayuda de una operadora".
Futuro: lo mejor está por llegar
Martin Cooper comprende que a la gente le gusta que cuente cómo inventó el móvil, pero a él lo que le apasiona es hablar del futuro. "Necesitaría una semana para contar cómo veo el futuro de la telefonía móvil", y se le iluminan lo ojos cuando explica cómo puede revolucionar la sanidad.
Con un pequeño parche, podemos medir todas las funciones de nuestro cuerpo, una información que se puede transmitir vía móvil a un médico. "Por ejemplo, podría detectarse que una persona va a tener un infarto dos horas antes. ¿Se imagina cuántas vidas podríamos salvar? Será una auténtica revolución", augura.
El padre del teléfono móvil está convencido de que la suma de Internet con el móvil nos hará más productivos y cambiará radicalmente la forma de divertirnos o de relacionarnos, como ya se puede ver con las redes sociales. "El acceso a estas aplicaciones, como las de la salud, llegará algún día al mundo entero, no sólo a unos pocos privilegiados. Habrá que tener paciencia, quizá diez o veinte años. Yo no podré ver el cambio", asume.
Su mente de inventor no para en ningún momento. Mientras le hacen las fotos, comenta que en el futuro será normal que se envíen desde la cámara a la redacción.
Este inventor, aunque promociona la sencillez del teléfono Jitterburg de Samsung inventado por su mujer, asegura que prueba todo tipo de dispositivos. "Quiero entender qué usa la gente y por qué", asegura. Y cree que el éxito de terminales como la BlackBerry o el iPhone es "limitado". "Hay 3.500 millones de teléfonos en el mundo y quizá sólo 50 millones son de este tipo", matiza. Y sí, cree que son muy útiles para mucha gente, "pero no para todos".
Por eso, Cooper se declara defensor de la divergencia y no de la convergencia de aparatos en un dispositivo, ahora que la industria busca ese gadget a medio camino entre el móvil y el ordenador personal. "Cada persona necesita algo distinto, y se sentirá confortable con un móvil en particular, que responderá a sus necesidades, "Lo normal es que llevemos varios dispositivos", asegura.