Hasta los años 60, la búsqueda de fósiles, los trabajos de campo y las excavaciones no eran tareas de mujeres. Solo Mary Anning logró a principios del siglo XIX hacerse un hueco en una ciencia masculinizada. Otras la siguieron, pero nunca de forma profesional. En España, la granadina Asunción Linares fue en 1961 no solo la primera catedrática en Paleontología, sino la primera mujer en obtener una cátedra en una facultad de ciencias.
Las primeras mujeres que mostraron interés por la paleontología, una
ciencia que hasta el siglo XX estaba muy unida a la geología y a las
ciencias naturales, lo hicieron de manera amateur. Fueron
esposas e hijas, o aficionadas sin retribuciones por sus trabajos, cuyos
nombres quedaron en el olvido, salvo en el caso de Mary Anning (Lyme Regis, Reino Unido, 1799–1847) .
Con el hallazgo de un cráneo de ictiosaurio y de un esqueleto completo de este animal, Mary y Joseph lograron que la comunidad científica se fijara en ellos
Con apenas 11 años, Anning recorría los acantilados de Lyme Regis,
tan inestables como ricos en vestigios de vida prehistórica, para
recolectar y vender los fósiles que hallaba junto a su hermano Joseph.
La búsqueda de estos restos en las formaciones rocosas del sureste de
Inglaterra no era un pasatiempo para estos niños, únicos supervivientes
de una familia de ocho hermanos, sino un modo de subsistir con el
negocio de su recién fallecido padre.
Esa zona del condado de Dorset, conocida ahora como la Costa Jurásica y considerada Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, se convirtió a principios del siglo XIX en centro de peregrinaje para coleccionistas,
científicos, aristócratas e incluso turistas. De sus estratos de más de
185 millones de años de antigüedad, que han sufrido frecuentes
deslizamientos de tierra, se han extraído algunos de los restos fósiles
más relevantes de la historia de la paleontología.
Con el hallazgo de un cráneo de ictiosaurio en 1810 y
de un esqueleto completo de este animal al año siguiente, Mary y Joseph
lograron que la comunidad científica se fijara en ellos, pero su
situación siguió siendo muy precaria. La suerte de los Anning no cambió
hasta el año 1818, cuando el adinerado coleccionista Thomas Birch organizó una subasta con los fósiles encontrados por ellos y sus ingresos aumentaron.
Cráneo del ictiosaurio hallado por los hermanos Anning en 1810. / Everard Home (1756 - 1832) - Philosophical Transactions of the Royal Society 1814 |
Con los años, Joseph se sintió atraído
por otros oficios, y Mary, que continuó en el comercio de fósiles, fue
forjando su reputación proporcionando huesos a los mayores paleontólogos
de la época como William Buckland, con quien entabló una gran amistad; el francés Georges Cuvier y el estadounidense George William Featherstonhaugh.
“Mary
Anning tuvo la virtud de ser pionera en un momento de máxima dificultad
para una mujer con inquietudes científicas, en el que los estudios de
Paleontología tampoco estaban reglados”, declara a Sinc Isabel Rábano Gutíerrez,
paleontóloga y directora del departamento de Infraestructura
Geocientífica y Servicios del Instituto Geológico y Minero de España
(IGME), centro que dirigió durante 23 años.
Una intrusa entre paleontólogos
En la Inglaterra del siglo XIX, las mujeres no podían votar ni asistir a la universidad, y mucho menos ser miembros de la Geological Society of London, la primera sociedad geológica del mundo, recién creada en aquel momento.
Los paleontólogos de la época se negaban a incluir el nombre de Anning en la publicación de sus hallazgos
Anning procedía, además, de una familia humilde y disidente
religiosa, pero eso no le impidió convertirse en una experta de los
grandes reptiles marinos del Mesozoico, como los ictiosaurios y
plesiosaurios. Al dirigir su propio negocio, fue la primera mujer
profesional de la paleontología.
“Lo que también es extraordinario
es que no se limitó a vender los fósiles, fue una autodidacta en la
materia y sabía mucho sobre los que descubría”, cuenta a Sinc Nathalie Bardet, directora de investigación CNRS en el Museo Nacional de Historia Natural
de París (Francia), donde se conservan algunos de los hallazgos de
Anning. Sin embargo, los paleontólogos de la época, que se negaban a
incluir su nombre en la publicación de sus hallazgos, la consideraban
una intrusa.
Los descubrimientos de esqueletos completos de reptiles marinos permitieron al reconocido científico inglés William Conybeare describir por primera vez un plesiosaurio en 1821 y al geólogo Henry De La Beche, que había trabajado con Conybeare, realizar en 1830 la acuarela Duria Antiquior, que supone la primera reconstrucción en 2D de una escena de la vida prehistórica basada en evidencias fósiles.
“Pero
estos científicos no mencionaron nunca el nombre de Anning en sus
trabajos, ni siquiera De la Beche, con quien Mary había entablado una
relación amistosa desde su infancia”, explica Bardet, paleontóloga
especializada en reptiles marinos de la Era Secundaria. Para ayudarla,
lo único que hizo el geólogo británico, que también se crió en Lyme
Regis, fue pedir al artista Georg J. Scharf la creación de varias copias
litográficas del cuadro original que fueron vendidas a amigos y
compañeros y cuya recaudación se donó a la paleontóloga.
Cuando el padre de la anatomía comparada, Georges Cuvier,
describió los increíbles restos de reptiles marinos descubiertos por
Anning, como el del plesiosaurio, en primer lugar pensó que esta los
había falsificado.
“¡Cuvier no terminaba de creerse que tales
animales existieran! Pero cabe señalar, sin embargo, que después de
otros descubrimientos que mostraron que los de Anning no eran quimeras,
Cuvier reconoció su trabajo”, dice Bardet, una de las autoras de un
estudio publicado en el Geological Magazine que recoge la aportación de Anning a la paleontología francesa.
La
contribución de Anning nunca fue realmente reconocida en su época. “Ni
siquiera tuvo derecho –ni ninguna otra mujer– a asistir a las sesiones
de la Geological Society of London, donde los científicos hacían
presentaciones basadas en los descubrimientos de la paleontóloga…”,
lamenta Bardet.
Aficionadas o asistentes en la sombra
En
los últimos dos siglos, otras mujeres consiguieron destacar en un mundo
de “saurios”, pero nunca como lo hizo Anning. Esposas, hijas y amateurs
pudieron alcanzar de una manera u otra sus sueños de niñas
coleccionando o ilustrando fósiles; otras acabaron en el mundo de los
fósiles de forma involuntaria.
No fue hasta la década de 1960 cuando las mujeres paleontólogas empezaron a despuntar, aunque ahora siguen sin ser mayoritarias en los laboratorios
La paleontóloga amateur y artista, Elizabeth Philpot
(Londres, 1780–Lyme Regis, 1857) coincidió con Anning en la búsqueda de
fósiles en los acantilados de Lyme Regis en Dorset y se dedicó a
recopilarlos en una colección que fue utilizada para investigación por
muchos geólogos como William Conybeare, Henry De la Beche y William
Buckland.
La esposa de este último, Mary Morland Buckland (1797–1857),
que fue paleontóloga, bióloga marina, coleccionista de fósiles e
ilustradora, se limitó a ser su asistente. Su dedicación a la ciencia
fue limitada porque su marido desaprobaba la participación de las
mujeres en actividades científicas. Mary le ayudó a escribir sus libros
como uno de los volúmenes de los Tratados de Bridgewater, a producir
ilustraciones y a tomar notas, pero su contribución es difícil de
evaluar.
En realidad, no fue hasta la década de 1960 cuando las
mujeres paleontólogas empezaron a despuntar, aunque “en la actualidad
siguen sin ser mayoritarias en los laboratorios”, denuncia Bardet.
“Las
mujeres han estado en la paleontología desde el principio (a finales
del siglo XVIII en el Reino Unido y en EE UU poco después), aunque, como
en la mayoría de las subdisciplinas de geociencias, ha habido menos
mujeres hasta la era moderna”, explica a Sinc Susan Turner, paleontóloga y geóloga con más de 45 años de experiencia en centro británicos y australianos.
Turner es autora de numerosos artículos sobre el papel de las
mujeres paleontólogas, que ahora superan a los hombres en los cursos
universitarios. En la actualidad, la científica está trabajando junto a
la americana Annalisa Berta en un libro sobre cazadoras
de huesos. “Tengo una base de datos importante y una lista de más de
2.000 paleontólogas de vertebrados vivos y muertos, incluso en España,
pero muchas son relativa o completamente desconocidas”, explica Turner.
Hasta
mediados del siglo XX, las mujeres no se dedicaron profesionalmente a
la paleontología, y la mayoría procedían de las ciencias naturales y la
biología. “La paleontología venía asociada hasta hace 50 años a los
estudios de Ciencias Geológicas, con muchas disciplinas casi
exclusivamente masculinas”, señala a Sinc Isabel Rábano Gutíerrez, del
IGME.
Las primeras paleontólogas profesionales pertenecen a una
generación de mujeres nacidas a principios del siglo XX o que obtuvieron
un puesto en los años 60, cuando se produjo una gran liberación de
tradiciones y las mujeres tuvieron mayor control sobre sus propias vidas
en algunos países.
“Las paleontólogas no siempre han sido reconocidas, no han ocupado los puestos más altos, y tampoco han tratado las temáticas más sexies”, insiste Bardet
“Antes habían sido muy raras y a menudo relegadas a la sombra de sus
superiores”, subraya la investigadora francesa Nathalie Bardet, que
conoce muy pocas paleontólogas mayores de 75 años.
Ser paleontóloga hoy
Ninguna
de estas mujeres recibió premios, ni distinciones relevantes como
ocurre en otras ciencias. “La paleontología es poco dada a ello”,
confiesa la exdirectora del IGME. Sin embargo, lucharon duro para
imponerse como investigadoras en un entorno masculino.
“Salvo
pocas excepciones, y comparado con sus homólogos masculinos, no siempre
han sido reconocidas, no han ocupado los puestos más altos, y tampoco
han tratado las temáticas más sexies de la paleontología, como los dinosaurios”, insiste la científica francesa.
En
las últimas décadas, la paleontología ha experimentado una verdadera
evolución y apertura. “La situación tiende a equilibrarse ahora, y hay
muchas jóvenes doctoras haciendo una labor meritoria y publicando sus
resultados en las revistas científicas de primer nivel”, declara a Sinc
Isabel Rábano Gutíerrez.
Ejemplo de ello es el Centro de Investigación en Paleontología (CR2P), el laboratorio histórico del Museo Nacional de Ciencias Naturales de París en el que trabajan 120 personas, que está dirigido por primera vez por una mujer. Por otra parte, en 2018, la paleontóloga china Meemann Chang recibió el Premio L'Oréal-UNESCO a Mujeres en Ciencia por sus trabajos precursores sobre los fósiles.
A
pesar de las mejoras y avances, algunas paleontólogas como Nathalie
Bardet no se sienten siempre reconocidas o valoradas en su día a día.
“Siempre tengo la sensación de que para ser más convincente o ser
escuchada tengo que desplegar mucha más energía que un colega hombre de
la misma edad y la misma experiencia que yo”, confiesa. Incluso en la
actualidad, las paleontólogas parecen tener siempre que demostrar algo,
pero sus descubrimientos y obras perdurarán para siempre.
Mary y Louis Leakey en Olduvai. / Smithsonian Institutioneyenda |
Mignon Talbot junto a los fósiles de Podokesaurus holyokensis. / Asa Kinney |
“La polaca Zofia Kielan-Jaworowska (1925–2015) dirigió en los años 60 numerosas exploraciones al desierto del Gobi para buscar dinosaurios y acabó descubriendo la riquísima fauna de mamíferos primitivos que coexistió con aquellos”, recalca Rábano.
Por su parte, la filántropa y coleccionista paleontológica Annie Montague Alexander (1867–1950) estableció el Museo de Paleontología de la Universidad de California en Berkeley, el Museo de Zoología de Vertebrados y financió sus colecciones, así como una serie de expediciones en el oeste del país a comienzos del siglo XX.
Destaca también la labor de Anita Harris (fallecida en 2014), del Servicio Geológico de Estados Unidos, “que implementó un método para conocer la temperatura y profundidad de enterramiento de las rocas sedimentarias a partir del color de unos microfósiles fosfáticos llamados conodontos”, dice la paleontóloga del IGME.
La granadina Asunción Linares |
Además, a la paleontología española han contribuido Nuria Solé, micropaleontóloga de Barcelona, que extendió su campo de estudio al norte de Sudamérica; Mª Teresa Alberdi, del CSIC, especialista mundialmente reconocida en caballos fósiles euroasiáticos y sudamericanos; Nieves López, maestra de paleontólogos especializados en roedores y otros micromamíferos fósiles; y, finalmente Laia Alegret, de la Universidad de Zaragoza, especialista en microfósiles marinos relacionados con los cambios ambientales y las extinciones globales.
Fuente: SINC
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