En determinados sectores, la investigación científica
puede ser altamente competitiva (máxime en los tiempos que vivimos en
los que los gobernantes suelen recurrir a la solución fácil de recortar
en I+D+i) y los méritos de las investigaciones se intentan controlar
para compartirlo con un número acotado de personas.
Afortunadamente, la colaboración entre centros de investigación es cada vez mayor
y el flujo de datos que se comparte ha ido aumentando con los años,
formándose enormes bancos de conocimiento con datos científicos que
pueden servir como base a otros investigadores. Uno de los campos de
investigación más complejos, y que tiene aún muchas incógnitas por
despejar, es el cerebro humano y, precisamente, para dar un impulso al estudio del cerebro humano se han unido 100 centros de investigación y 200 científicos de todo el mundo para trabajar en un proyecto colaborativo.
La noticia es más que interesante porque supone la llegada del crowdsourcing al mundo de la investigación
científica y buen ejemplo de trabajo colaborativo para localizar los
genes que desempeñan un papel fundamental en la memoria y la
inteligencia del ser humano.
¿Y en qué consiste esta colaboración?
Los científicos que trabajaban en la caracterización de las funciones
biológicas del cerebro se encontraban en una especie de callejón sin
salida a nivel general. Ante este punto de bloqueo, 200 científicos
decidieron compartir sus datos con la idea de que, entre todos, pudieran
“salir del atasco” y, para ello, han publicado sendos artículos
científicos en la prestigiosa revista Nature Genetics además de compartir datos de sus investigaciones.
Este es un ejemplo de redes sociales en el ámbito científico, algo que nos da una fuerza que antes no teníamos
Este
cambio de paradigma, por llamarlo de alguna forma, se debe en gran
medida al elevado coste que tienen alguna de las pruebas que se suelen
realizar en los experimentos y ensayos de estas investigaciones. Los
estudios de imágenes cerebrales son caros y, por tanto, los
investigadores no se pueden permitir realizar un alto número de pruebas
en las que introduzcan pequeños cambios. Partiendo de la base de que
todas las investigaciones realizaban pruebas similares, el Profesor
Doctor Paul Thompson, profesor de neurología en la Universidad de
California en Los Ángeles, dos genetistas del Instituto Queensland de
Investigación Médica de Australia (Nick Martin y Margaret Wright) y
Barbara Franke, una genetista de la Radboud University Nijmegen Medical
Center de Nimega (Holanda), decidieron unirse para realizar un
llamamiento a otros centros de investigación para poner en común todos
sus recursos y crear una gran base de datos.
Poco a poco, la base
de datos creció hasta manejar imágenes del cerebro de unas 21.000
personas de las cuales se pudieron extraer datos generales de la
estructura del cerebro que han servidor para un par de investigaciones
en curso, la del equipo de investigación del Doctor Thompson (uno de los
promotores de la idea) y los de un equipo de investigación de la
Universidad de Boston.
Esta colaboración me parece muy importante porque supone una nueva forma de trabajar
dentro de la investigación científica que, normalmente, se basa en
estudios ya publicados y nunca de “datos en bruto” de otros
investigadores y centros de investigación. Bajo mi punto de vista, si
muchas de las investigaciones se financian con fondos públicos (aunque
la situación económica imperante tienda a reducir estas partidas
presupuestarias), los datos obtenidos también deberían ser públicos,
compartirse y reutilizarse.
Si bien el proyecto parte como una
colaboración entre muchos quizás, con el devenir de los años, las
investigaciones pasen a formar parte de las bibliotecas de datos de
algunas iniciativas de Open Data de instituciones y gobiernos.
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