9 may 2013

Científicos españoles que triunfan en el extranjero

La crisis, dicen, se está llevando por delante a la Ciencia en España. Presupuestos cada vez más exiguos, programas más limitados, fondos cada vez menores y pocas posibilidades para los jóvenes investigadores contribuyen a que en España, el panorama de la Ciencia sea cada vez más sombrío. Sin embargo, eso no quiere decir que en nuestro país no haya habido, y haya actualmente, científicos brillantes, investigadores que han destacado y destacan en todos los campos del conocimiento, desde la física cuántica a la paleontología, la medicina, las neurociencias, la genética, la biología…



A menudo, por desgracia, el reconocimiento no ha llegado a esos investigadores desde dentro de nuestras fronteras.

En Estados Unidos, en Alemania, en Francia, Japón o en el Reino Unido, numerosos españoles ocupan o han ocupado los puestos más altos del escalafón de la Ciencia. Algunos, como el paleontólogo Juan Luis Arsuaga, co director de los yacimientos de Atapuerca, ni siquiera han tenido que salir de nuestro país para obtener reconocimiento y prestigio internacionales. Otros, como el físico Ignacio Cirac, una de las máximas autoridades mundiales en computación cuántica, ha labrado su éxito en el extranjero, en el prestigioso Instituto Max Planck, en Alemania. Y si bien es cierto que este científico español recibió un premio Cervantes de investigación, también lo es que el galardón le fue otorgado por trabajos que en España nunca habría podido desarrollar.

De la misma forma, podemos encontrar más de cien nombres españoles en la plantilla de los varios experimentos del LHC, el gran acelerador de partículas en cuyos anillos de colisión, de 27 km. de diámetro, se desvelaron el año pasado los secretos del bosón de Higgs; o en el prestigioso Hospital Monte Sinai, de Nueva York, donde dos españoles (el oncólogo Josep Domingo-Domenech y el jefe de departamento de Patología del hospital, Carlos Cordón-Cardohan) acaban de descubrir un mecanismo que permitirá atacar a las células madre tumorales, consideradas «el talón de Aquiles» del cáncer.

Si recurrimos a las cifras, y a pesar de la situación actual, se podrían encontrar razones para la esperanza. Pero veamos. En 2012, España ocupó el décimo puesto en la clasificación mundial de producción científica, y el undécimo en la de documentos citados por otros investigadores. Y resulta que en áreas tan dispares como son las ciencias del espacio, las matemáticas, la agricultura, la física, la ingeniería o la medicina, el índice de especialización en nuestro país es, según las áreas temáticas definidas por la Agencia Nacional de Evaluación y Perspectiva (ANEP) superior a la media mundial. Lo cual no quita que en la actualidad estemos a la cola de las naciones industrializadas en lo que se refiere a la inversión en Ciencia.

Descubrimientos «made in Spain»
A pesar de ello, la historia es tozuda y muchos son los descubrimientos que se deben a científicos españoles. La vacuna contra el cólera, por ejemplo, existe gracias a los esfuerzos de Jaime Ferran i Clua (1851-1929), un eminente bacteriólogo español nacido en la provincia de Tarragona. Sin abandonar el campo de la Medicina y remontándonos al siglo XVI, encontramos al oscense Miguel Servet (1509-1553) que descubrió la circulación sanguínea y fue condenado en Ginebra a morir en la hoguera por negar la Trinidad. Por no hablar del aragonés Santiago Ramón y Cajal, que obtuvo el Nobel de Medicina en 1906 por descubrir cómo funcionan y se conectan las neuronas en el cerebro. Más recientemente, el asturiano Severo Ochoa sentó muchas de las bases de la actual biología molecular, y por ello fue galardonado también con el premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1959.

Apenas un año antes, en 1958, otro español estuvo nominado para los Nobel (esta vez de Física), por sus trabajos sobre la radiación cósmica, rayos de partículas subatómicas extraordinariamente energéticas procedentes del espacio exterior. Se trata del abulense Arturo Duperier, el mejor discípulo de otro gran científico español, Blas Cabrera, que intentó con todas sus fuerzas comprender las propiedades de la materia.

En el año 1809, cincuenta años antes de que Charles Darwin publicara su «Origen de las especies», la obra de otro científico español, Félix de Azara, veía la luz bajo el título de «Viajes por la América Meridional». En ella, Azara manejaba sin ambajes el concepto de evolución y describía 448 especies observadas en sus viajes, 220 de ellas completamente nuevas para la Ciencia. El propio Darwin, en sus obras, dedica más de veinte citas a este precursor español de su famosa teoría evolutiva.

En Estados Unidos, el prestigioso departamento de Ciencias Biofísicas de la Universidad de Houston fue creado por el bioquímico español Juan Oró, que además de participar en varios proyectos históricos de la NASA, entre ellos el Programa Apolo a la Luna y el programa Viking, a Marte, fue uno de los precursores de la moderna teoría de la panspermia, según la cual la vida no se originó en la Tierra, sino en el espacio, para llegar después hasta aquí (y quizás también a otros mundos) a caballo de meteoritos y cometas.

Más recientemente, el bioquímico madrileño Mariano Barbacid, director del departamento de Oncología del Instituto Nacional del Cáncer de EE.UU, fue el primer científico que consiguió aislar un oncogen, esto es, un gen humano mutado y capaz de causar cáncer.

La lista de los descubrimientos protagonizados por españoles es larga y abarca todas las épocas de nuestra historia. Incluso en los turbulentos tiempos actuales, centenares de investigadores nacidos en nuestro país se afanan, dentro y fuera de España, por hacer que el conocimiento avance un poco más en las más variadas disciplinas. El reto que tienen por delante es enorme, y los ejemplos de quienes les precedieron en la tarea dejan el listón muy alto. De todos depende ahora que nuestro genio, nuestra capacidad creadora y de innovación no se convierta en el simple recuerdo de un pasado que no volverá.


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