16 sept 2009

Centro Darwin, un capullo de hormigón «larvario» de 20 millones de especímenes

El Centro Darwin de Londres es el último estadio en la evolución de los museos de ciencias naturales. Abierto hoy al público, está lejos de la prehistoria que hasta ayer separaba a científicos, por un lado, encerrados en sus laboratorios, y a un público con acceso restringido a una mínima parte de los fondos de las colecciones, por otro.


En la nueva ala del Museo de Historia Natural de Londres, investigadores y visitantes comparten espacio en un edificio ahuevado de hormigón de ocho pisos de altura, concebido como un inmenso capullo que actúa de «larvario» de 17 millones de especímenes de insectos y tres millones de ejemplares de plantas.


La instalación de 3.500 metros cuadrados, en la que la temperatura se mantiene a 17 grados y la humedad relativa es del 45 por ciento, coordenadas ideales para la conservación de una de las mayores colecciones de entomología y botánica del mundo, ha permitido sacar de los almacenes gran parte de los fondos del museo y abrirlos al público, al tiempo que éste camina entre unos doscientos científicos en plena actividad.


Apuesta estética

Los investigadores han recibido cursos de comunicación para saber intercalar en su jornada algunos parones para explicar su trabajo a quienes discurren por el camino en espiral que desciende desde la parte superior del capullo (así, con el inglés «cocoon», se ha bautizado al edificio), que tiene una altura de 65 metros. El acceso es gratuito, pero el número de visitas se mantiene dentro de un límite para poder asegurar la interacción que se busca.


Obra del estudio de arquitectura escandinavo C. F. Moler, la estructura ahuevada está dentro de un armazón exterior de acero y vidrio. Todo ello supone una apuesta estética del siglo XXI para un museo tan característico del arte decorativo victoriano del siglo XIX.En el complejo existe una muro de doce metros de altura en el que se proyectan imágenes del cambio climático, con gráficos interactivos que muestran la desertización de la Tierra. Otro rincón es el Estudio Attenborough, donde las más innovadoras tecnologías ofrecen una experiencia virtual en la exploración de la naturaleza. El propio David Attenborough, gran divulgador de la vida natural, participó ayer, junto con el Príncipe de Gales, en la inauguración de la extensión del museo.


Aunque lleva el nombre de Darwin, de cuyo legado el Museo de Historia Natural es depositario, no se trata de un centro sobre la evolución. Pero Darwin «estaría contento con este centro, con la posibilidad de poder contar y mostrar de forma inmediata sus descubrimientos, sus pensamientos, y de poder interactuar con la gente», dice Johannes Vogel, responsable del departamento de Botánica y casado con una de las descendientes de Darwin.



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