Antes de que Chelsea Clinton viniera a casarse a orillas del Hudson, Rhinebeck figuraba ya por méritos propios en los mapas de la “otra América”. Aquí echó sus raíces hace más de treinta años el Omega Center, puntal en el campo del crecimiento personal, las terapias alternativas y la vida sostenible. Y aquí está desde hace tan sólo unos meses el primer edificio “vivo” del mundo, al que sólo le falta respirar...
El “corazón” del edificio es el invernadero que alberga la “ecomáquina” diseñada por John Todd: un complejo sistema que incluye plantas tropicales, algas, bacterias, caracoles y hongos, capaz de reciclar todas las aguas grises y negras generadas por el Omega Center (veinte millones de litros al año). El agua circula por los humedales de juncos y eneas del exterior, que llevan a cabo la primera “depuración” natural, y finalmente pasa por unos filtros de arena antes de volver a la tierra.
“El agua sale tan limpia que podríamos beberla perfectamente”, asegura Jeffrey Reel, coordinador de sostenibilidad del Omega Center. “Pero preferimos completar el círculo y devolverla a los acuíferos de donde provienen”.
El emblemático edificio de Rhinebeck -diseñado por el estudio BNIM de Kansas- fue el primero (aunque ya hay cinco) en responder al Living Building Challenge, el “reto” de los edificios “vivos”, ideado por el aquitecto canadiense Jason McLennan.
“Un edificio “vivo” debe estar integrado en la “eco-región” en la que se construye, debe generar su propia energía renovable, capturar el agua de lluvia para el consumo propio y depurar el agua residual que genera”, recalca McLennan, que en octubre participará en la cumbre “Diseñado por la Naturaleza” en el propio Omega Center.
La eficiencia, la luz natural, la ventilación, la energía (solar y geotérmica, en este caso), los materiales (locales y/o reciclados) y el emplazamiento (en un claro de un bosque de robles, usado antes como aparcamiento) han sido vitales para lograr la distinción del “living building”. Aunque McLennan valora por igual otros dos elementos tantas veces marginados por sus colegas: la belleza y la inspiración.
“No se trata de hacer edificios ornamentales sin más”, recalca, “sino estructuras que cumplan una función y al mismo tiempo susciten la admiración y el asombro, como nos pasa cuando contemplamos un paisaje y tenemos la sensación de que la tierra palpita. Lamentablemente, la arquitectura se ha desmarcado de la naturaleza durante demasiado tiempo: va siendo hora de reconciliarnos con ella”.
FUENTE:
http://www.elmundo.es/america/blogs/en-la-ruta-verde/2010/08/07/un-edificio-vivo.html
ZONA ECO:
http://biqfr.blogspot.com/search/label/Eco
El “corazón” del edificio es el invernadero que alberga la “ecomáquina” diseñada por John Todd: un complejo sistema que incluye plantas tropicales, algas, bacterias, caracoles y hongos, capaz de reciclar todas las aguas grises y negras generadas por el Omega Center (veinte millones de litros al año). El agua circula por los humedales de juncos y eneas del exterior, que llevan a cabo la primera “depuración” natural, y finalmente pasa por unos filtros de arena antes de volver a la tierra.
“El agua sale tan limpia que podríamos beberla perfectamente”, asegura Jeffrey Reel, coordinador de sostenibilidad del Omega Center. “Pero preferimos completar el círculo y devolverla a los acuíferos de donde provienen”.
El emblemático edificio de Rhinebeck -diseñado por el estudio BNIM de Kansas- fue el primero (aunque ya hay cinco) en responder al Living Building Challenge, el “reto” de los edificios “vivos”, ideado por el aquitecto canadiense Jason McLennan.
“Un edificio “vivo” debe estar integrado en la “eco-región” en la que se construye, debe generar su propia energía renovable, capturar el agua de lluvia para el consumo propio y depurar el agua residual que genera”, recalca McLennan, que en octubre participará en la cumbre “Diseñado por la Naturaleza” en el propio Omega Center.
La eficiencia, la luz natural, la ventilación, la energía (solar y geotérmica, en este caso), los materiales (locales y/o reciclados) y el emplazamiento (en un claro de un bosque de robles, usado antes como aparcamiento) han sido vitales para lograr la distinción del “living building”. Aunque McLennan valora por igual otros dos elementos tantas veces marginados por sus colegas: la belleza y la inspiración.
“No se trata de hacer edificios ornamentales sin más”, recalca, “sino estructuras que cumplan una función y al mismo tiempo susciten la admiración y el asombro, como nos pasa cuando contemplamos un paisaje y tenemos la sensación de que la tierra palpita. Lamentablemente, la arquitectura se ha desmarcado de la naturaleza durante demasiado tiempo: va siendo hora de reconciliarnos con ella”.
FUENTE:
http://www.elmundo.es/america/blogs/en-la-ruta-verde/2010/08/07/un-edificio-vivo.html
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