El pasado martes, la Unesco anunció en Nairobi la designación de la dieta mediterránea como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Aunque España y el resto de los países de la cuenca del Mediterráneo aplaudieron la noticia, la realidad es que el tipo de alimentación premiado no es, ni mucho menos, la alimentación predominante en estas zonas, como tampoco lo es en el resto del mundo.
Aunque ha sido precisamente en estos últimos años cuando se ha demostrado lo que los bajos índices de mortalidad por cáncer y enfermedades cardiovasculares más bajos que en el norte de Europa y otros continentes ya apuntaban, la evidencia científica se ha visto acompañada de un progresivo alejamiento de los patrones de dieta tradicionales a la orilla del Mediterráneo.
Coincidiendo prácticamente con la designación, esta semana se publicó en la revista Public Health Nutrition el estudio La dieta mediterránea en España: tendencias de seguimiento durante las últimas dos décadas, el primer trabajo que cuantifica si los habitantes de España uno de los países, junto con Grecia, Italia y Marruecos, mencionados especialmente por la Unesco siguen comiendo como lo hacían en la década de 1960, cuando un médico de Minessotta (EEUU), Ancel Keys, observó en su Estudio de los siete países que los habitantes de la isla de Creta (en Grecia) morían menos por cáncer y por enfermedades cardiovasculares que los de otras zonas del mundo.
El copresidente del Centro de Investigación de Nutrición y Obesidad de Nueva York, Xavier Pi-Sunyer, explica que Keys se mostró "muy interesado" en estudiar la relación entre alimentación y mortalidad cardiaca y que fue en Creta donde encontró la respuesta a sus inquietudes. Pero ¿qué comían los griegos en 1958, cuando comenzó el Estudio de los siete países? "Aceite de oliva, aceitunas, frutos secos, pescados, frutas, vegetales, legumbres y un poco de vino", resume Pi-Sunyer, quien reconoce que el patrón de alimentación ha cambiado en los últimos 30 años. "La dieta es buena, pero mucha gente no la sigue", comenta.
El estudio de Public Health Nutrition lo corrobora. Los investigadores dirigidos por el catedrático de la Universidad de las Palmas Lluis Serra estudiaron el denominado Índice de Adecuación a la Dieta Mediterránea (MAI), que se obtiene de dividir la energía aportada por alimentos típicos mediterráneos entre la energía aportada por comidas no incluidas tradicionalmente en este tipo de alimentación, como carne, leche, margarina, aceites vegetales distintos al de oliva o refrescos azucarados, entre otras. Para ello, se basaron en las encuestas de consumo del antiguo Ministerio de Agricultura, que se empezaron realizando a 2.500 familias en 1987, aunque la cifra aumentó a 6.200 en 2005.
Desde 1987 a 2007, el índice se redujo a más de la mitad en toda España y, desde esa fecha, se ha estabilizado o ha ido aumentando ligeramente en algunas regiones, pero la cifra sigue siendo más baja que cuando empezó el estudio.
En todos los países
Aunque ha sido precisamente en estos últimos años cuando se ha demostrado lo que los bajos índices de mortalidad por cáncer y enfermedades cardiovasculares más bajos que en el norte de Europa y otros continentes ya apuntaban, la evidencia científica se ha visto acompañada de un progresivo alejamiento de los patrones de dieta tradicionales a la orilla del Mediterráneo.
Coincidiendo prácticamente con la designación, esta semana se publicó en la revista Public Health Nutrition el estudio La dieta mediterránea en España: tendencias de seguimiento durante las últimas dos décadas, el primer trabajo que cuantifica si los habitantes de España uno de los países, junto con Grecia, Italia y Marruecos, mencionados especialmente por la Unesco siguen comiendo como lo hacían en la década de 1960, cuando un médico de Minessotta (EEUU), Ancel Keys, observó en su Estudio de los siete países que los habitantes de la isla de Creta (en Grecia) morían menos por cáncer y por enfermedades cardiovasculares que los de otras zonas del mundo.
El copresidente del Centro de Investigación de Nutrición y Obesidad de Nueva York, Xavier Pi-Sunyer, explica que Keys se mostró "muy interesado" en estudiar la relación entre alimentación y mortalidad cardiaca y que fue en Creta donde encontró la respuesta a sus inquietudes. Pero ¿qué comían los griegos en 1958, cuando comenzó el Estudio de los siete países? "Aceite de oliva, aceitunas, frutos secos, pescados, frutas, vegetales, legumbres y un poco de vino", resume Pi-Sunyer, quien reconoce que el patrón de alimentación ha cambiado en los últimos 30 años. "La dieta es buena, pero mucha gente no la sigue", comenta.
El estudio de Public Health Nutrition lo corrobora. Los investigadores dirigidos por el catedrático de la Universidad de las Palmas Lluis Serra estudiaron el denominado Índice de Adecuación a la Dieta Mediterránea (MAI), que se obtiene de dividir la energía aportada por alimentos típicos mediterráneos entre la energía aportada por comidas no incluidas tradicionalmente en este tipo de alimentación, como carne, leche, margarina, aceites vegetales distintos al de oliva o refrescos azucarados, entre otras. Para ello, se basaron en las encuestas de consumo del antiguo Ministerio de Agricultura, que se empezaron realizando a 2.500 familias en 1987, aunque la cifra aumentó a 6.200 en 2005.
Desde 1987 a 2007, el índice se redujo a más de la mitad en toda España y, desde esa fecha, se ha estabilizado o ha ido aumentando ligeramente en algunas regiones, pero la cifra sigue siendo más baja que cuando empezó el estudio.
En todos los países
La tendencia es similar en el resto de los países. Un trabajo publicado en la misma revista en 2009, que comparaba el seguimiento de la dieta mediterránea en 41 países en dos periodos separados por 40 años (1961-1965 frente a 2000-2003) demostraba que todos la seguían menos y que, curiosamente, eran los países mediterráneos europeos los que más se habían alejado del patrón.
"Nuestro país ocupa el cuarto puesto en cuanto a los que más pierden puestos, por detrás de Grecia, Albania y Turquía", explica por correo electrónico el presidente de la Sociedad Española de Nutrición Comunitaria, Javier Aranceta.
El país que más había incrementado su MAI entre los dos periodos es Irán, lo que ofrece algunas pistas sobre las causas del abandono de la dieta mediterránea. "La principal razón es la transición nutricional que se ha dado en muchos países, provocada en muchos casos por la industrialización", subraya Serra,director también de la Fundación de la Dieta Mediterránea.
Este especialista explica, además, que la transición en el área mediterránea ha sido especialmente rápida: "En 40 años se ha transformado el paisaje en el litoral y la alimentación". Serra achaca al turismo parte de este cambio, ya que, en su opinión, los restaurantes de la costa desarrollaron comidas más rápidas de hacer para poder alimentar a los viajeros, como los calamares a la romana, el bistec con patatas o, incluso, la paella. Sin embargo, este especialista apunta a que la lentitud no es condición indispensable para seguir la dieta mediterránea. "Las ensaladas, el gazpacho, incluso un bocadillo de pan con tomate, si el pan no es refinado, son buenos alimentos que nos permiten comer rápido", señala.
En la misma línea se expresa Jordi Salas-Salvadó, de la Unidad de Nutrición de la Universidad Rovira I Virgili, en Tarragona. "La tecnología no está reñida con la dieta mediterránea, un ejemplo es el zumo de fruta natural sin azúcares añadidos que se puede comprar hecho en todos los supermercados", señala. Salas-Salvadó participa activamente en el mayor estudio que se está realizando sobre el efecto de la dieta mediterránea, el PREDIMED.
Con este trabajo se pretende demostrar los efectos sobre la salud de este tipo de alimentación en más de 7.000 individuos divididos entre los que siguen una dieta baja en grasas y los que se alimentan con los principios de la mediterránea, que se empezaron a reclutar en 2003.
"Cuando los primeros 700 participantes llevaban sólo tres meses, ya se observó que experimentaban un aumento del llamado colesterol bueno (HDL) y una disminución del malo (LDL)", comenta Salas-Salvadó, que añade que, en 2008, se demostró que los que seguían la dieta mediterránea también mostraban menos síndrome metabólico (obesidad abdominal asociada a otros factores de riesgo). El último hallazgo, publicado en Diabetes Care es que esta clase de alimentación reduce el riesgo de diabetes.
Los expertos apelan al optimismo a la hora de prever un repunte de la dieta mediterránea. "No es fácil", reconoce Salas. "Es imprescindible que empecemos a pensar a largo plazo", apunta Serra. Todos los expertos confían en que la designación de la Unesco ayude a recuperar la dieta mediterránea en los países donde nació.
FUENTE:
http://www.publico.es/ciencias/347633/premio-a-una-dieta-en-extincion
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