Paleontólogos confirman que bestias hasta ocho veces más pequeñas que sus primas continentales habitaban una vieja isla hace 65 millones de años.
Hace cien años, un cazador de fósiles conocido como el barón Franz Nopcsa encontró en la zona de Hateg, en el centro de Rumanía, unos pequeños huesos de dinosaurio. El aristócrata sugirió que los fósiles, inusualmente diminutos, pertenecían a «versiones pigmeas» de las bestias que habían reinado en el continente 65 millones de años atrás. Su hipótesis abrió un encedido debate, ya que otros expertos se negaron a aceptar semejante idea y creían que se trataba de los restos de jóvenes animales o de otras especies distintas. Un nuevo estudio realizado por investigadores europeos cree haber encontrado la solución al enigma... y le da la razón al barón. Habían encontrado un «mundo perdido» de monstruos enanos.
Los paleontólogos recuerdan que al final del período Cretácico Hateg formaba una isla de 30.000 kilómetros cuadrados, casi la mitad del tamaño de la moderna Gran Bretaña, mientras la mayor parte de Europa se encontraba bajo el agua. Según explican, los animales tuvieron que adaptarse a las peculiares condiciones de vivir en una isla, donde la comida y el espacio son limitados, por lo que evolucionaron hacia un tamaño más pequeño, que gasta menos energía y requiere menos consumo. Igual que un coche. De esta forma, algunos dinosaurios eran hasta ocho veces más pequeños que sus primos continentales.
Una fórmula para sobrevivir
El equipo de investigadores, dirigido por el profesor Michael Benton, de la Universidad de Bristol, analizó los fósiles y no encontró evidencias de los largos huesos que podrían esperarse en los dinosaurios de tamaño normal. También descartaron que pertenecieran a individuos jóvenes que aún debían crecer. Todos habían alcanzado la edad adulta. Por todo ello, creen que estos dinosaurios evolucionaron hacia cuerpos más pequeños después de llegar a la isla como una fórmula para sobrevivir en un hábitat reducido, desconectados del resto del mundo. Aunque la isla era un «paraíso», con clima tropical, mucha vegetación e insectos, la presión evolutiva sólo ofrecía una disyuntiva: disminuir o desaparecer.
Las diferencias entre los ejemplares isleños y los del continente eran considerables. Por ejemplo, uno de ellos, denominado Magyarosaurus, un saurópodo vegetariano poco más grande que un caballo, estaba relacionado con una de las criaturas más gigantescas que jamás pisaron la Tierra, el colosal titanosaurio Argentinosaurus, que medía más de 30 metros y pesaba 80 toneladas. Otras criaturas «pigmeas» eran los ornitópodos también herbívoros Telmatosauro y Zalmoxes, cuyo tamaño era la mitad del de sus familiares más cercanos fuera de la isla.
Según Benton, la idea del «enanismo isleño» está bien reconocida en casos más recientes, como los elefantes enanos que vivieron hace decenas de miles de años en muchas islas del Mediterráneo, y también se especula, aunque este punto no está confirmado, que puede ser el caso del pequeño Hombre de Flores.
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