3 may 2010

Y la broma pop se hizo carne


Tiene gracia que un grupo que surgió, literalmente, de las ganas de "hacer algo mejor que la basura que sale en MTV", acabe siendo retransmitido en streaming por dicha cadena en 170 países y 600 millones de hogares. Más hilarante debería ser que el proyecto virtual del talentoso Damon Albarn, cuya formación original de brit-pop (Blur) no se comió un rosco en Estados Unidos, hubiera necesitado hasta ahora que el guapo y carismático líder se escondiera detrás de un telón en los conciertos para convertirse en uno de los best sellers norteamericanos. Y es para troncharse que Gorillaz, lo que comenzó como una broma artística del propio Albarn y del dibujante de cómic Jamie Hewlett (Tank Girl), haya terminado por ser su proyecto más serio, del que han vendido ya más de 12 millones de copias. ¿Su triunfo o el de la industria? Quién sabe. Pero son de divertirse hasta morir.

La banda arrasó ayer en su segundo concierto en el teatro Roundhouse, en el barrio londinense de Camden, para el que no quedaba papel desde hacía semanas. Se trajeron casi toda la artillería de su último disco, el magnífico Plastic Beach, un juguete sonoro tan entretenido como el show que ofrecieron acompañados de Mos Def, De la Soul, Bobby Womack o Mick Jones y Paul Simmonon (sombrero de marinero ambos), de los míticos The Clash que, por cierto, tocaron aquí en 1976 y no se habían vuelto a juntar desde su disolución. Solo faltaron Snoop Dogg y Mark E Smith, que grabaron su intervención. En cuanto a Lou Reed, que en el disco canta la maravillosa Some kind of nature... bueno, quizá ya fue mucho que se dignase a hacerlo en el álbum.

Porque el grupo es eso, una suave mezcla de punk, soul, hip-hop, rock, electro... Un proyecto dirigido por uno de los chicos de oro del brit-pop a quien todo sale bien, que un día decidió que ya estaba harto de preocuparse de chorradas (como el prolongado, áspero y amarillo enfrentamiento con los hermanos Gallagher, de Oasis) y se centró en "ser músico, porque el resto se arregla solo". Y así, en ese alegato de normalidad y quizá ya un tanto aburrido de que su simulacro empezara a ser más importante que él, se propuso Albarn por primera vez en estos dos conciertos arrebatarle el protagonismo a los cuatro dibujos animados que siempre protagonizaban los shows de Gorillaz. La noche era esta vez para los músicos de carne y hueso. Para pasarlo en grande.

Y mientras la ciudad hablaba todavía del revolcón que recibió Gordon Brown en el debate televisado, la ya ex banda virtual se colocó por primera vez delante de la pantalla donde aparecían los animados protagonistas del grupo (Murdoc, 2D, Noodle y Russel), que incluso eran quienes hasta la fecha daban las entrevistas. No más sombras detrás del telón. Y así, con 20 músicos sobre el escenario del viejo teatro dando la cara, arrancó el show con la introducción orquestal del disco y con el tema Welcome to the world of the plastic Beach.
La enorme y mutante banda (se ve que Albarn gestiona bien su agenda telefónica) combinó canciones del nuevo álbum con algunas de los dos anteriores que dieron pie a grandes epifanías de los artistas que hacían cola para participar en la fiesta. Por ejemplo, la leyenda del soul Bobby Womack resucitó su poderosa garganta a ritmo de electropop con Stylo; Shaun Ryder, el hooligan y poco confiable (especialmente para cantar) líder de los míticos Happy Mondays, se encargó (sobrio pero un poco desdibujado) de dar voz al número 1 de 2005, Dare. Para sibaritas, Bootie Brown -fundador del grupo de hip-hop californiano The Pharcyde- interpretó Dirty Harry; y Gruff Rhys, de Superfurry Animals, se marcó un duelo vocal con los raperos de De la Soul. Toma ya.

Albarn, pasándoselo en grande, dirigía todo el circo que había montado, tocó el piano, la guitarra y soltó su melancólica voz en varias canciones. Cuando no hacía nada de eso, se paseaba con una bandera blanca por el escenario mientras los raperos ingleses Bashy, Kano y la Orquesta Nacional Siria interpretaban el hit White flag, tema paradigmático del sonido electrónico con pátina de tercer mundo que tanto gusta a los productores de moda. Y se conoce que también a los más de 2.000 espectadores que llenaron cada una de las dos noches el impresionante teatro circular construido en 1846, que rebotó un sonido bastante honesto. Dos horas de concierto en las que nadie reparó y que marcaron un hito en el noble arte de convertir una broma virtual en una velada real y memorable.





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