8 ago 2012

Un millón de kilómetros de cable submarino para vigilar el clima

La Unión Internacional de Telecomunicaciones quiere instalar sensores en la red de fibra óptica bajo el mar para crear un sistema de vigilancia climática y de alerta contra tsunamis.

Comparado con el estudio de la superficie de los océanos, vigilada por una extensa red de satélites, barcos o boyas, el hombre apenas sabe nada del mar profundo y el lecho marino. 



Sin embargo, lo que pase ahí abajo es clave. Allí nacen los tsunamis y buena parte de la circulación termohalina que determina el clima del planeta. Una red de sensores podría servir como sistema de alerta temprana para los primeros y de vigilancia para la segunda. Aunque no existe tal red, ¿por qué no aprovechar la tupida malla de cables submarinos como vigilantes climáticos?

Esa es la idea de la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT, el organismo especializado de las Naciones Unidas para las tecnologías de la información y la comunicación). En el lecho marino hay más de un millón de kilómetros de cable submarino por el que discurren el 95% de las comunicaciones de este planeta. Protegidos por una triple capa de acero y polietileno, haces de fibra óptica transportan a la velocidad de la luz los datos de internet o la voz de los teléfonos. La UIT cree que esa red puede servir también como infraestructura para un sistema de vigilancia climática y de alerta ante desastres.

Hay más de 250 cables submarinos de comunicaciones internacionales surcando los mares. Los hay pequeños, como el Estepona-Tetuán de apenas 100 kilómetros, o enormes como el SeaMeWe-3, que une Alemania con Corea del Sur después de recorrer 39.000 kilómetros bajo el mar. Pero todos tienen los mismos elementos: un haz de hasta 16 fibras ópticas con capacidades de transmisión de varios terabits por segundo conectados con las terminales en tierra y una serie de repetidores que actúan como amplificadores ópticos reenviando la señal. Es en estos repetidores, ubicados cada 50-200 kilómetros a lo largo del cable, donde la UIT quiere colocar una serie de sensores climáticos.

“El reto es instalar los sensores en los repetidores de manera que no arriesguen o interfieran con la misión principal de los sistemas, es decir las telecomunicaciones”, dice Rhett Butler, experto en sismología de la Universidad de Hawai. Butler es también el autor de uno de los tres informes que acaba de publicar la UIT sobre la viabilidad de su plan para convertir la red de cables submarinos de telecomunicaciones en un gran sistema de vigilancia climática. Uno de los trabajos se centra en los obstáculos o ventajas que presenta el actual marco legal para este doble uso científico y empresarial. Otro revisa la viabilidad técnica de la idea con la tecnología actual y futura y, el de Butler, plantea la estrategia y una especie de hoja de ruta para conseguir hacerla realidad.

En su versión más simple, el plan propuesto prevé la instalación de sensores de temperatura, presión y movimiento dentro de los repetidores. A la lista se podrían añadir también medidores de la conductividad (salinidad), sismógrafos, hidrófonos o detectores del carbono antropogénico. El problema fundamental aquí es que los cables submarinos se diseñan y se despliegan para que duren unos 25 años bajo el mar y, en el presente, la tecnología no puede garantizar que los sensores climáticos duren tanto. Una vez desplegados no se pueden reparar sin incurrir en un elevado gasto.

El segundo gran obstáculo que señala Buttler es el recelo de los dueños de los cables. Se trata de redes de comunicaciones privadas y el aspecto científico debe supeditarse a esta misión principal, dice su informe. Además de asegurarles un interesante retorno de la inversión, habría que disipar sus miedos legales. Como se recuerda en el segundo informe, el de las implicaciones legales de esta idea, la Convención sobre la Ley del Mar de las Naciones Unidas (UNCLOS) garantiza a las empresas de telecomunicaciones libertad y protección a la hora de desplegar y mantener los cables en cualquier parte del océanos, incluídas las aguas territoriales de los países.

Sin embargo, la investigación científica marina sí está sujeta a limitaciones geográficas. Los estados tienen el derecho exclusivo de permitir tales investigaciones en sus aguas territoriales, la plataforma continental y en la contigua zona económica exclusiva. El doble uso de los cables podría hacer temer a los carriers que pueden perder su autonomía. Para disipar el riesgo, los informes para la UIT recomiendan, al menos en una primera fase, realizar el despliegue en alta mar, lejos de la jurisdicción de los países.

Buttler propone seducir a los propietarios de los cables submarinos con una serie de ventajas: además del dinero, reconocer a sus cables una zona de seguridad de 300 metros a su alrededor, tal como recoge la Ley del Mar para las instalaciones de investigación científica marina (art. 260 de UNCLOS) y aprovecharse de la imagen que supone asociarse a un proyecto científico que pretende vigilar el clima global para proteger a toda la humanidad.

La primera red de sensores podría costar menos de 100 millones

La Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT) lanzó su primera llamada a la acción en septiembre del año pasado. Fruto de ella son los tres informes que se acaban de publicar y que servirán de base de discusión para las jornadas sobre Redes Submarinas de Comunicaciones para la Vigilancia Climática y Alerta de Desastre que la ONU organiza en París en el mes de septiembre.

En uno de ellos, el de la viabilidad técnica de la idea, se estima que crear una primera red de sensores sobre un cable submarino que sirviera de modelo al resto podría costar entre 40 y 70 millones de euros, dependiendo de la longitud del cable (desde 5.000 Km. hasta 12.000 Km) y el número de repetidores (100-250).

El estudio insiste en que el gran problema técnico es que la tecnología disponible para los sensores no ofrece la longevidad, resistencia y fiabilidad para aguantar ahí abajo 25 años. El problema es en parte de mentalidad. El instrumental científico se diseña para una vida útil de cinco años, pero se podría fabricar para alargar su servicio. Otra de las claves es la miniaturización de los sensores para que ocupen el menor espacio posible dentro del repetidor verde.

El sismólogo Rhett Butler cree que una vez superados estos problemas y elegido el camino a seguir, la primera red de sensores podría estar lista en cinco años, “en el mejor de los casos”.


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