7 feb 2011

Cuando el arte trabajaba al servicio de la ciencia


El pájaro dodo es un ejemplo entre muchos de que el ser humano es el depredador más peligroso que habita el planeta. El dodo fue visto por última vez en 1688, sólo 90 años después de la llegada de los primeros colonos holandeses a la isla Mauricio. Se perdió para siempre, pero la ciencia no se rinde fácilmente.

Capturar la imagen de un animal o una flor es un hecho científico imprescindible. Se ha hecho desde hace siglos, primero con dibujos, luego con la ayuda de microscopios, después con la fotografía, y ahora con las técnicas de reproducción 3D. Y puede ocurrir que si hay un descubrimiento o si aparece un fósil, haya que retocar el cuadro.

El Museo de Historia Natural ha abierto en Londres una exposición permanente llamada Imágenes de la naturaleza con la que ofrecernos ese espacio de colaboración que existe entre el arte y la ciencia. Y la estrella indiscutible de la muestra es el dodo.

Su imagen singular, casi extravagante, captó la atención de mucha gente y la imaginación de Lewis Carroll, que le dio un papel especial en Alicia en el País de las Maravillas. De un metro de altura, era una ave que no volaba, pesaba unos 20 kilos y se alimentaba de fruta.

Como otras especies de la isla Mauricio, situada al este de Madagascar, el dodo desapareció con rapidez. La isla era un ecosistema cerrado, sin depredadores que amenazaran a sus habitantes. Los colonos descubrieron que se podía comer, aunque su carne no era muy buena.

En realidad, la mayor parte del daño procedió de los animales que llegaron en los barcos cerdos, ratas, cabras o monos que acabaron con los huevos y crías de las aves.

La imagen del dodo más conocida durante siglos fue pintada por el artista holandés Roelandt Savery en torno a 1626. En el Museo, se expone uno de sus cuadros, que fue la base con la que Richard Owen realizó en 1866, ayudado de unos pocos fósiles incompletos, la descripción del ave comúnmente aceptada desde entonces.

"Savery dijo que había pintado un dodo vivo, pero hay pruebas que demuestran que se basó en ejemplares conservados (y muertos)", dice Judith Magee, conservadora de la galería. "No se puede decir que representara al dodo con su imagen real".

La exposición también ofrece ejemplos del trabajo de John Gerrard Keulemans, pintor holandés del siglo XIX. Como se puede apreciar en sus obras sobre aves, para que una imagen sea de utilidad a los científicos, las proporciones deben ser exactas y el entorno vegetal, auténtico. En algunos casos, algo de especulación es inevitable porque se trata de especies extinguidas, pero el artista no puede tomarse muchas libertades.


Una nueva imagen

El descubrimiento de nuevos fósiles de dodo en 2005 obligó a revisar lo que se sabía de él. Un cráneo íntegro del animal permitió llegar a la conclusión de que la cabeza y el pico eran más pequeños.

El paleontólogo Julian Hume cogió los pinceles y plasmó los cambios en un lienzo. "La pintura muestra que tenía patas más largas, un cuello más recto, un cuerpo menos grueso y una cabeza más reducida", explica Magee.

¿Es la versión definitiva? Al menos, es lo que la ciencia sabe hasta ahora. "La interpretación que hizo Savery no era la correcta" cuenta Hume. "Nosotros utilizamos la ciencia para cambiar la representación gráfica del animal, pero ¿quién tiene razón? Es probable que nunca lo sepamos con total seguridad".

En 1665, el libro Micrographia, causó sensación en Londres. Robert Hooke ofrecía gracias al microscopio imágenes nunca vistas antes. Desde entonces, los artistas son los cómplices perfectos de los científicos. Si no vemos algo, no somos conscientes de su existencia.


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