Un equipo de investigadores de la australiana Universidad de Queensland han presentado una pareja de robots llamados Ligodroides (Lingodroids), que poseen la particularidad de haber desarrollado su propio lenguaje para describir el terreno sobre el que se encuentran. Usando este “lenguaje” son capaces de navegar por el entorno y asignar nombres a cada sitio, términos que luego pueden usar para comunicar su posición o el lugar a donde se dirigen. Se trata de un muy buen avance que algún día permitirá a los robots “entenderse” mejor entre si, y con nosotros.
Es bastante común ver, sobre todo en los laboratorios de robótica pertenecientes a las universidades, grupos de robots participando en tareas cooperativas. En estos experimentos, dos o más robots suman sus esfuerzos en pos de completar una tarea determinada. Lo mismo ocurre con los que constituyen los equipos participantes de los torneos de “fútbol de robots”. En estos casos, los desarrolladores deber proveer a sus dispositivos de un sistema que les permita a cada robot comunicarse con los demás, para que el conjunto funcione de una forma más eficiente.
Un experimento realizado por un equipo de investigadores de la Universidad de Queensland (Australia) bajo la dirección de Ruth Schulz utilizando una pareja de robots llamados Ligodroid ha servido para demostrar que es posible que un grupo de robots “elabore un idioma propio”, y que son capaces de utilizarlo para comunicarse y desplazarse con seguridad entre una serie de obstáculos.
Básicamente, el trabajo del equipo de Schulz consistió en dotar a sus robots de “sentidos” basados en cámaras, láseres y sonares, y dejarlos deambular por un recinto. A medida que se desplazaban, iban creando un mapa de todos los obstáculos con los que se encontraban. A la vez que iban elaborando su mapa, creaban palabras para denominar cada uno de estos sitios. Para “inventar” las palabras utilizaron una base de datos compuesta por sílabas predeterminadas, evitando de esta manera que se creasen palabras impronunciables por un humano. Una vez completado este reconocimiento, cada robot logró comunicar a su compañero los datos recogidos, utilizando para ello sus micrófonos y altavoces.
Vámonos a «kuzo»
Gracias a esta esta información, cada robot dispone de los datos necesarios para saber qué quiere decir el otro cuando menciona una palabra determinada. Supongamos que el centro de la estancia ha sido bautizada como “jaya”. Una vez que ambos robots han acordado que ese sitio se llama de esa manera, pueden usar el término para referirse a él. A partir de ese “diccionario común”, los robots son capaces de intercambiar información sobre su posición actual, de donde vienen o a donde van, incluso consignando su dirección y velocidad.
Este ”juego” permite a los robots intercambiar datos entre sí para reforzar el idioma. Por ejemplo, un robot podría decir el otro robot "Kuzo", y entonces iniciar una carrera hacia dónde creen que se sitúa el sitio "Kuzo". Cuando se encuentran en (o cerca del) el mismo lugar, la conexión entre la palabra asignada y el lugar geográfico se refuerza. Luego, "Kuzo" puede utilizarse como una herramienta para situar otros sitios, o inventar palabras para conceptos más avanzados como la dirección y la distancia.
El trabajo del equipo de Schulz, integrado por Arren Glover, Michael J. Milford, Wyeth Gordon y Wiles Janet, lleva como título "Lingodroids: Estudios Espaciales de la cognición y el lenguaje" y fue presentado la semana pasada en la Conferencia Internacional IEEE de Robótica y Automatización (ICRA), en Shanghai. Sienta las bases para que los futuros “Lingodroides” puedan "hablar" entre ellos sobre conceptos más elaborados, como la descripción de los pasos necesarios para poder llegar a un lugar determinado. Se supone que este tipo de experimento puede ayudar a los robots a comunicarse entre sí con mayor eficacia, y también a encontrar formas más eficientes para la comunicación entre humanos y robots.
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