Aunque solemos decir con ligereza lo de que el físico no importa o que lo importante está en el interior, diversos estudios sugieren que la realidad es muy distinta: el físico influye a todos los niveles en cómo percibimos a los demás. Por ejemplo, solemos ser más severos ante un desliz si el desliz ha sido cometido por una persona poco agraciada físicamente.
Con la estatura ocurre algo parecido. Las personas que miden poco, tienen menos probabilidades de tener éxito social, como sugieren los estudios de Robin Dunbar, psicólogo evolutivo de la Universidad de Liverpool.
Dunbar analizó nada emnos que 4.000 hombres polacos saludables que se habían sometido a exámenes médicos obligatorios entre 1983 y 1989.
Hallaron que los hombres sin hijos eran aproximadamente tres centímetros más bajos que los que tenían al menos un hijo. La única excepción a este patrón fueron los nacidos en los años treinta. Dunbar cree que esto se debió a que interrumpieron en el mercado del matrimonio justo después de la segunda guerra mundial, cuando los hombres solteros eran relativamente escasos y las mujeres tenían poco de donde elegir.
En la década de 1970, el antropólogo Thomas Gregor, de la Universidad Vanderbilt de Estados Unidos, también estudió la relación entre éxito de pareja y la talla. Descubrió que este efecto parece ser universal, independiente de los rasgos culturales, pues Gregor vivió entre un grupo de habitantes de la selva tropical de Brasil central, conocidos como Mehinaku, y allí la altura también era importante:
Entre los Mehinaku, los hombres altos son vistos como atractivos y se los llama respetuosamente wekepei. A los de baja estatura, se los denomina peyorativamente peritsi, que rima con itsi, el término para “pene”.
La altura también influye en el éxito laboral. En 1940, los psicólogos ya descubrieron que los vendedores más altos tenían más éxito que sus colegas bajos. Y una encuesta de 1980 encontró que más de la mitad de los directores de 500 empresas estadounidenses listadas en la revista Fortune medían al menos 1,83 metros.
Más recientemente, un estudio publicado por el Journal of Applied Psychology, sugería que cada centímetro de más (de altura, mal pensados) cuenta en el lugar de trabajo. El trabajo fue publicado por Timothy Judge, de la Universidad de Florida en Gainesville, y en él se analizaban los datos de 4 grandes estudios en los que se hizo un segimiento de la vida de personas, monitorizando su personalidad, altura, inteligencia e ingresos.
Concentrándose en la relación entre la altura y los ingresos, Judge descubrió que por cada 2,5 centímetros por encima de la media corresponden 789 dólares más de paga por un año. Por lo tanto, alguien con una altura de 1,82 metros gana 4.734 dólares más por año que su colega igualmente capaz de 1,65 metros de altura.
En el mundo de la política, la estatura también resulta muy importante. De los 43 presidentes estadounidenses, sólo 5 tuvieron una estatura inferior al promedio:
y han pasado más de cien años desde que los votantes eligieron a alguien más bajo que el término medio (el presidente William McKinley, de 1,70 metros, que asumió el poder en 1896 y a quien la prensa se refería como un “chaval”).
La altura es tan importante que incluso influye en cómo la percibimos según el estatus del otro. Es decir, que si observamos que una persona tiene un gran estatus, es probable que creamos que mide más de lo que mide realmente. Paul Wilson, de la Universidad de Queensland, fue el primero en llevar a cabo un experimento controlado sobre este curioso fenómeno:
Wilson presentó a un colega suyo a diferentes grupos de estudiantes y les pidió que estimaran su estatura. Sin el conocimiento de los estudiantes, Wilson cambió la forma en que presentaba a su colega cada vez. En una ocasión, le dijo a la clase que el hombre era un compañero estudiante; en la siguiente, dijo que era un conferenciante; luego fue presentado como un profesor y finalmente como un catedrático. La estimación de la altura de la persona por parte de los estudiantes varió con su condición percibida. Cuando sólo era un compañero de estudios se le vio como de 1,72 metros de altura. En cambio, el solo hecho de presentarlo como un conferenciante le agregó aproximadamente dos centímetros y medio a su talla. El promoverlo a profesor significó una ganancia de otros dos centímetros y medio a los ojos de los estudiantes, mientras que su rápido ascenso a catedrático lo llevó a medir cerca de 1,83 metros.
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