Si Jacques Costeau llegó a ser el rey Neptuno, Sylvia Earle es su Majestad de las Profundidades. Todo fluye alrededor de esta mujer de voz ondulada y sonrisa sabia, que parece estar dibujando con sus manos medusas, esponjas y otros seres indescifrables. A sus 76 años, y al cabo de más de 7.000 horas bajo el agua, se diría que una especie de ingravidez se ha apoderado de la gran protectora de los océanos, autora del Atlas más apasionante de la vida marina...
“Bajar a grandes profundidades es como ser uno con el universo, fundirse de alguna manera con la matriz creadora. La luz va desapareciendo y de pronto entras en un mundo familiar y al mismo tiempo remoto. Gran parte de la vida en el fondo marino es luminiscente: es como sumergirte en el cosmos”.
Con dos pinceladas, Sylvia Earle es capaz de iluminar las profundidades abisales y trasmitirte esa pasión líquida que bebió de niña y que aún se refleja en sus ojos de sirena...
“Debía tener por entonces tres años. Estaba bañándome con mi madre cuando me tumbó una ola. Ella se asustó, naturalmente, y yo también al principio. Pero recuerdo que por fin salí a la superficie con una gran sonrisa. Tuve la sensación de encontrarme en mi elemento natural. Estar en el agua se convirtió en un placer físico y vital: me abrió las puertas a una nueva dimensión de la vida”.
Los científicos, asegura, son en el fondo “niños que han conservado la capacidad de asombro”. De modo que de mayor quiso seguir siendo “niña”, aunque tuviera que saltar barreras no precisamente coralinas, y superar estigmas como los que impedían a las mujeres codearse con los hombres en las universidades.
En 1970, en un acto de feminismo submarino, participó en la primera misión de “acuanautas” integrada por mujeres. Desde entonces no ha dejado de fulminar records de profundidad, en buceo o con sumergible, y de romper nuevas fronteras como la de convertirse en directora científica de la NOAA, la NASA de los océanos.
En los últimos veinte años, que no es poco, su pasión se ha desdoblado entre la exploración y la divulgación. Y pese a todos los misterios que sigue encerrando el gran azul –apenas conocemos el 5%-, lo que más le intriga es el desdén de la especie humana hacia la fuente primaria de la vida...
“Seguimos sin reconocer que el mar es nuestro gran corazón azul, y que gracias a él nos matenemos vivos. El 70% del oxígeno que respiramos viene de los océanos, que son también los grandes sumideros de CO2 . Pero nos hemos empeñado en destruirlos. Hemos acabado con el 90% de los grandes peces y todos los años arrancamos cien millones de toneladas de vida marina. A cambio depositamos millones de toneladas de plásticos y de desechos en los océanos... Los mares son los grandes reguladores del clima, de modo que más nos vale cuidarlos. Tan importante como preservar los bosques es mantener la integridad de los mares”.
La última vez que hablamos con Sylvia Earle fue en pleno desastre del Golfo de México, cuando los políticos convocaron a Su Majestad de las Profundidades en el Capitolio para que emitiera su veredicto, que al cabo de un año resuena como el más potente de los recordatorios: “Nuestros dos grandes enemigos son la ignorancia y la complacencia. Tenemos aún esa sensación de que el mar es tan inmenso que puede con todo. Nos estamos equivocando: todo el daño que causamos a los océanos nos lo hacemos a nosotros”.
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