Los avances en neuroimagen han hecho posible obtener una «radiografía del amor» y determinar qué moléculas y zonas del cerebro están implicadas en esta experiencia placentera universal más relacionada con la motivacion que con las emociones. Hasta doce áreas cerebrales entran en juego en este sentimiento complejo que en especial en días como el de San Valentín, no pierde su romanticismo ni su intriga.
Y es que sigue siendo un misterio por qué nos enamoramos de unas personas y no de otras, por lo que de momento, Cupido se libra del despido. Eso sí, tendrá que sufrir un proceso de adaptación laboral y cambiar sus tradicionales flechas por las más efectivas técnicas de biología molecular, al estilo de la policía científica de CSI.
En tan solo medio segundo nuestro cerebro puede vincularnos a otra persona, es el conocido flechazo, y liberar al torrente sanguíneo sustancias que afectan a todo el organismo, como adrenalina, dopamina, serotonina, oxitocina y vasopresina. Un cóctel químico que hará que nuestro corazón vaya más rápido (adrenalina) al pensar en la persona amada, nos centremos en ella (dopamina) y ocupe nuestros pensamientos (serotonina) en la tormenta emocional que llamamos enamoramiento. Posteriormente podremos crear lazos duraderos gracias a la oxitocina y la vasopresina, que ponen en marcha el apego.
Estas moléculas están pluriempleadas y muchas actúan también como hormonas, de ahí que una de las áreas del cerebro que se encienden cuando nos enamoramos sea el hipotálamo, el regulador hormonal. La adrenalina incrementa la frecuencia cardíaca, contrae los vasos sanguíneos, dilata los conductos de aire, y participa en la respuesta de lucha o huída. La dopamina es clave en el mantenimiento de la atención y en la regulación del dolor. La oxitocina se libera durante el parto y la lactancia. Y la vasopresina se ocupa de regular los fluidos en sangre. Sin embargo, son las implicadas en la fase de enamoramiento las que tienen mayores repercusiones sobre el cuerpo, explica el doctor Carlos Tejero, de la Sociedad Española de Neurología.
Efectos en la salud
No es de extrañar que el amor y el desamor influyan en nuestra salud física, como explica Miguel Ángel García Fernández, vicesecretario de la Sociedad Española de Cardiología: «Existe una clara relación entre nuestro estado de ánimo y la salud de nuestro corazón. Así, para prevenir enfermedades cardiovasculares, además de controlar la tensión, los niveles de colesterol, realizar ejercicio y seguir una dieta saludable, hemos de favorecer la presencia de sentimientos positivos reforzando nuestros lazos afectivos con nuestro entorno».
Diversos estudios han demostrado que una vida amorosa y afectiva estable favorece la salud mental, mejora el sistema inmunitario y protege a nuestro corazón. Por el contrario, sufrir en las relaciones amorosas puede incrementar el riesgo cardiovascular: «Las mujeres con matrimonios estresantes tienen tres veces más riesgo de infarto». En los varones, una buena relación afectiva aumenta la esperanza de vida tras una insuficiencia cardiaca: el 72% de quienes tienen una buena relación de pareja superan la patología, frente al 42% entre quienes tienen problemas matrimoniales. Y es que el estrés asociado a una mala relación, como cualquier otra situación estresante, favorece la alteración del sistema inmunológico. Los responsables los glucocorticoides que se generan afectan a la inmunidad, la reproducción y la formación ósea.
Pero cuando se dejan de producir estas sustancias nuestro cerebro las reclama. Hay quien sostiene que el amor crea adicción. No en vano se procesa también en los circuitos de recompensa cerebral, igual que las drogas. «La pérdida de la persona querida, por ruptura o por muerte, nos produce un sensación de síndrome de abstinencia, señala Tejero.
Sucedáneos del amor
Los estudios sobre el cerebro enamorado también dan pistas sobre otras patologías, como explica este neurólogo: «Nos interesa saber por qué una persona después de tener una lesión cerebral puede perder la capacidad de tener una relación afectiva con la persona que más quiere. Ocurre con infartos cerebrales, tumores o enfermedades inflamatorias. Es importante saber si esta reacción la tiene el paciente a nivel psicológico o porque alguna estructura del cerebro se ha afectado y en este caso nos planteamos una rehabilitación afectiva».
¿Existen sucedáneos del amor, que nos ayuden a pasar el mal trago? El doctor Tejero asiente: «la gente busca refugio en sustancias que disimulen esos sentimientos, como fármacos antidepresivos, drogas o sustancias como el chocolate, las compras, etc». En general sirve todo lo que active el sistema de recompensa del cerebro, del que participa el amor.
El refranero tiene razón
«El amor es ciego»
La dopamina dirige la atención a determinados aspectos. No estamos evaluando todos los estímulos que recibimos, algunos los pasamos por alto. Además las áreas que tienen que ver con el juicio crítico se desactivan.
«El roce hace el cariño»
La oxitocina se ha denominado hormona del apego, del cariño. Y su producción responde a los cuidados y caricias. Se libera durante el parto y también en el orgasmo. El cerebro de los varones utiliza la vasopresina para buscar vínculos sociales, mientras el femenino recurre a la oxitocina y los estrógenos.
«Del amor al odio solo hay un paso»
Cuando una persona experimenta sentimiento de amor romántico o de odio, las zonas del cerebro que se activan son prácticamente las mismas, como demostró el neurobiólogo británico Semir Zeki. La oxitocina puede hacer crecer el amor, pero también los celos.
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