En pocos años hemos pasado de llevar un libro en el bolsillo de la chaqueta a poder llevar toda una biblioteca. Los libros electrónicos han favorecido la desmaterialización del conocimiento, su intengibilidad más allá de lo que anteriormente podía contener poco más que una novela corta, un puñado de poemas o algunos relatos cortos.
Ahí está la tecnología, siempre ayudando… aunque hubo una época en que esa ayuda o ese avance tecnológico no suponían necesariamente una miniaturización de los componentes que ayudaban a que la vida fuese más sencilla. Es el caso de este concepto de lector de libros automatizado diseñado en 1935.
Corría el año 1935 y al mundo conocía el primer parquímetro, la muerte de Lawrence de Arabia en un accidente en moto o el nacimiento de Libia como nación.
El instituto Smithsoniano nos permite asomarnos a ese pasado remoto en el que ya se soñaba con hacer de la lectura un enriquecimiento personal más placentero y cómodo gracias a la tecnología.
El funcionamiento se basaría en un proyector cargado con una cinta conteniendo el libro microfilmado. La página se retroproyectaría ampliada contra la pantalla que quedaría ante la cara del lector, que podría graduar a su antojo el foco, la intensidad de la luz o la posición del chisme en su conjunto.
Microfilms, proyectores, válvulas de vacío, brazos articulados y botones de ajuste… todo ello convenientemente fijado a una lámpara de pie y probablemente siendo recibido con mala cara por tu señora (“¿qué es ese armatoste que has plantado en mitad del salón? Yo no pienso quitarle el polvo”). Decididamente algunos avances ha sido casi mejor que no llegasen a producirse. ─[Paleofuture]
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