Tiene las medidas y las facciones de un niño de cuatro años, se llama iCub y acaba de aterrizar en Barcelona, donde le van a enseñar a pensar. Pese a su aspecto de juguete, iCub es la apuesta más ambiciosa de Europa en el campo de la robótica. El equipo de Paul Verschure, investigador de la Universitat Pomeu Fabra (UPF) y de la Institució Catalana de Recerca i Estudis Avançats (ICREA), es el único grupo español en adjudicarse la gestión del robot, cuyo coste ronda los 200.000 euros. Cinco hermanitos de iCub han sido repartidos entre otros tantos equipos de investigación seleccionados en todo el mundo. La Unión Europea impulsó su fabricación a partir del 2004 para crear un autómata europeo de referencia, con una capacidad de manipulación sin precedentes.
El grupo de Verschure ha sido elegido por su proyecto especialmente ambicioso: darle un cerebro al robot, según resume el investigador. «Soy psicólogo y me interesan los autómatas porque quiero entender la mente humana», explica. Verschure está convencido de que es imposible comprender cómo funciona el cerebro sin tener en cuenta el cuerpo. Por esta razón, el investigador no se limita a fabricar modelos electrónicos del cerebro, sino que también necesita un cuerpo artificial donde implantarlos. Y esta es la tarea que llevará a cabo el cuerpo de iCub.
«Desde mediados del siglo XX no se ha formulado ninguna gran teoría psicológica, como lo fue por ejemplo la de Freud», dice Verschure. Los robots pueden proporcionar otra oportunidad. El investigador plasma sus teorías sobre la mente en modelos del cerebro o de sus partes hechos con cables y chips.
CEREBELO MINIATURIZADO / Por su laboratorio circula una versión electrónica del cerebelo humano no más grande que una lata de bebida. «Sin embargo, el cerebro ha evolucionado dentro del cuerpo y esto condiciona el funcionamiento de la mente», explica. Por ejemplo, hay mil maneras posibles para agarrar un objeto, pero la forma del esqueleto hace que los humanos lo hagan de una manera específica.
A partir de esta premisa, el proyecto de Verschure es miniaturizar el cerebelo electrónico e implantarlo en iCub. Luego, su equipo estudiará el comportamiento del robot para averiguar si el órgano artificial da las órdenes correctas. Como el cerebelo desempeña un papel central en guiar el movimiento, los investigadores van a medir la velocidad y la precisión de agarre de iCub para compararlas con las humanas.
El estudio podría tener aplicaciones terapéuticas «Si aprendemos a fabricar un cerebro artificial, sabremos reparar uno real», explica Verschure. En octubre, el investigador empezará una serie de experimentos en los cuales lesionará el cerebelo de ratones e intentará reemplazarlo con su órgano artificial miniaturizado, para ver si los animales recuperan su movilidad. Quizá un día esto se podrá hacer en humanos, pero de momento el primero en disfrutar de esta experiencia será el pequeño iCub.
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