3 dic 2009

Un genio español llamado Leonardo Torres Quevedo (I)


Todos conocemos a Leonardo da Vinci, sobre todo desde que nos dan la matraca día sí, día también con lo del Código da Vinci del amigo Dan Brown. Pero existe otro genio, español, de principios de siglo, también llamado Leonardo, que no tuvo la suerte de acabar siendo popular, aunque sus hazañas lo merezcan. Desde aquí vamos a contribuir con nuestro grano de arena para darlo a conocer.

Había nacido en Santa Cruz de Iruña, Santander, en 1852, y estaba considerado no sólo uno de los precursores de la informática, construyendo las primeras computadoras electrónicas españolas, sino también de la cibernética, gracias a la publicación de su obra Ensayos sobre automática. Su definición. Extensión teórica de sus aplicaciones, en 1913.

Además, aquel prolífico investigador había inventado y construido varios transbordadores, tanto en España como en el extranjero, como el Spanish Aerocar, que todavía funciona en las cataratas del Niágara, en Estados Unidos, sin ningún accidente importante durante toda su historia. Se construyó entre 1914 y 1916, siendo un proyecto español de principio a final: ideado por un español, construido por una empresa española con capital español.

Una placa de bronce, situada sobre un monolito a la entrada de la estación de acceso recuerda este hecho: “Transbordador aéreo español del Niágara. Leonardo Torres Quevedo (1852–1936)”.

También tenía en su haber máquinas de calcular, analógicas y digitales (los aritmómetros). Dirigibles (los Astra-Torres, que fueron adquiridos por los ejércitos francés e inglés a partir de 1913 y empleados luego en la Primera Guerra Mundial en muy diversas tareas, fundamentalmente de protección e inspección naval). El Telekino (un autómata que ejecutaba órdenes transmitidas mediante telegrafía sin hilos, mediante ondas hercianas, que constituyó el primer aparato de radiodirección del mundo). fue un pionero en el campo del mando a distancia, junto a Nikola Tesla.

Y el más llamativo y quizá precursor de la Inteligencia Artificial, los jugadores ajedrecistas (autómatas jugadores de final de partida de ajedrez: se enfrenta el rey y torre blancos “máquina” contra el rey negro “humano”; el resultado “victoria de las blancas” de la partida está determinado algorítmicamente; disponía de un brazo mecánico para mover las piezas y de sensores eléctricos en el tablero para conocer su ubicación).

A diferencia del Leonardo florentino, Torres Quevedo sí que había materializado sus diseños e inventos. Pero por desgracia nació en un país donde apenas había tenido resonancia su genio, que fructificó casi siempre en patentes extranjeras. Por ejemplo, es tal su prestigio en Francia, que en junio de 1927 la Academia de Ciencias de París le elige como uno de los doce miembros “Asociados Extranjeros” con 36 sufragios. Sus rivales obtienen escasos apoyos: Ernest Rutherford, 4 votos; Ramón y Cajal, 2 votos.

No en vano, Torres Quevedo falleció en diciembre de 1936, en Madrid, y en plena Guerra Civil el acontecimiento pasó inadvertido, bien que fuera de nuestras fronteras sí que se lamentó profundamente su desaparición. Y luego nos sorprende que haya fuga de cerebros.






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