En su búsqueda de precisión, este reportaje podría comenzar citando a Albert Einstein o a Arthur Rimbaud, y servirían los dos. Para el científico lo importante era experimentar el misterio. Para el poeta, la ciencia era la nueva nobleza. Incluso se lamentaba de que fuera demasiado lenta: “¡No va lo bastante deprisa para nosotros!”, llegó a decir.
Los responsables del número de junio de la revista Litoral, Ciencia y poesía, vasos comunicantes, dicen que su trabajo se asemeja al “nacimiento del universo”. Lo cuenta Antonio Lafarque, responsable de la edición. “O, mejor dicho, y modestamente, a como la ciencia cree que se formó. El equipo estable ―Lorenzo Saval, José Antonio Mesa Toré, Miguel Gómez- prende la chispa y, a continuación, se produce un crecimiento algo entrópico, reconozcámoslo. En este estado entramos los satélites, entre los que afortunadamente me encuentro. Resumiendo, un big bang: a una idea singular infinitamente pequeña le sigue la explosión y expansión de la propia idea”, rememora.
Y relata un primer paso que consistió en “acumular energía, es decir, textos”, hasta llegar a más de 3.500 poemas, desde la Antigüedad clásica a la literatura Afterpop, que trataban asuntos científicos o utilizaban terminología científica para abordar las cuestiones eternas de la poesía: el tiempo, el amor y la muerte.
Según Saval, también director de la edición y responsable de la selección de ilustraciones, “la empresa rozaba los imposibles y cualquier camino llevaba directamente al infinito”. Primero sopesaron dedicar el número únicamente a la Medicina, “pues sus diversas ramificaciones eran suficientes” para mostrar el cuerpo y el poeta. Pero un “temperamento Zeppellin” hizo que ampliaran la búsqueda hacia la alquimia, la física, la química, las matemáticas, la geometría y la astronáutica, “pequeñas nebulosas invitadas, con la medicina como núcleo central de un vasto y complicado universo”.
Después se acercaron los cómplices, poetas y pensadores como Federico Mayor Zaragoza, Carlos Briones, Eduardo Chirinos, Jesús Aguado, Juan Antonio González Iglesias, Francisco Fortuny y César Nombela, entre otros. “La división en capítulos vino a demostrar que los poetas se han ocupado de todas las ciencias. De hecho llegamos a plantearnos hacer un montaje cronológico paralelo con la evolución de la poesía y la ciencia desde el siglo vii a.C. hasta el siglo xxi”, apunta Lafarque.
En este siglo, en España, uno de los pensadores que más se ha interesado por la relación entre la poesía y la ciencia es el físico y escritor Agustín Fernández Mallo. Litoral lo cita en sus primeras páginas: “El poeta es un laboratorio”. “Las relaciones entre poesía y ciencia siempre han existido, pero hay una conciencia de corte clásico-humanista que, paradójicamente, ha tendido a separarlas a fin de crear el mito de que una cosa es lo factual y otra lo estético. Pero es que en toda ciencia hay una aliento estético y en todo arte hay técnica, y no es posible separarlos sin degradación de la obra final”, cuenta Fernández Mallo a elmundo.es por correo electrónico.
Reconoce que, en los últimos tiempos, sí se está prestando mayor atención que antes a la dimensión estética de la ciencia. “En el popular (no hay publicación generalista que no incluya algo de ciencia como "maravilla" estética), y en el propiamente literario, donde algunos intentamos crear metáforas a través de imágenes científicas -aunque no sólo, claro-”. Matiza que no se refiere a las tramas argumentales que incluyen a la ciencia, “eso es típico de la novela de misterio o de la ciencia-ficción”, sino a conceptos científicos que, descontextualizados, generan imágenes y metáforas por sí mismos.
¿Por qué se escogieron los 160 poemas que componen el monográfico y no otros de los 3.500? Misterio. “No sabría explicarlo de modo racional o científico. La poesía, además de muchísimas otras cosas, es un estado de ánimo. Es muy probable que los elegidos fuesen otros si nos pusiéramos manos a la obra en este momento”, se sincera Lafarque.
De Goethe a Edgar Allan Poe
Si se examinan los resultados, sucede que Goethe descubrió el hueso intermaxilar humano y esbozó una teoría de los colores con la que intentó refutar la óptica newtoniana. En las páginas de Litoral, Lafarque describe a Goethe como “uno de los últimos representantes de una especie ya extinta”. Se acuerda de que, en la Antigüedad clásica, filosofía, literatura y ciencia formaban parte de un todo llamado conocimiento. Entre los contemporáneos, hay escritores que destacan por una mirada integradora: Raymond Queneau, matemático aficionado y autor de Cien mil millones de Poemas, Hans Magnus Enzensberger, que escribió Los elixires de la ciencia, y Le Corbusier, artífice de El poema del ángulo recto.
Para el poeta Jesús Aguado, “la ciencia y la poesía sólo han comenzado a mirarse de reojo de unos siglos, pocos, a esta parte. Pero desde el principio se cogieron de la mano para no pasar demasiado miedo en su andadura por el Universo. En esos lejanos tiempos la ciencia sabía que la poesía acertaba más veces a la hora de nombrar el misterio, y la poesía confiaba en la capacidad de la ciencia para poner lo misterioso a trabajar en favor del progreso”.
Aguado es el responsable de la pieza de Litoral que analiza el enfoque de la ciencia que tenían los poetas de la Antigua China. “Lo peor del mundo de hoy es que el misterio ya no nos parece misterioso, una falacia científica de la que se culpa a los poetas y que, en venganza, la poesía ha dejado de prestarle los servicios de antaño a la ciencia”, reflexiona para elmundo.es.
Habla Lafarque en su análisis de cómo Epicuro pensaba en letras y átomos al mismo tiempo, todos unidos en orden y posición diversas, creando. Menciona también a Galileo Galilei: “Las matemáticas son el alfabeto con el cual Dios ha escrito el Universo”. Y que Edgar Allan Poe, en su texto Eureka, reflexiona sobre la simetría y concluye que el universo es “el más sublime de los poemas”. “Ciencia y poesía. Vasos comunicantes no pretende sentar cátedra científica o poética. Es un intento de exponer las relaciones que han mantenido ciencia y poesía en el tiempo”, concluye Lafarque.
¿Tienen presente los poetas contemporáneos esta vieja relación entre la ciencia y la poesía cuando miran el mundo? Varios de los poetas que recoge Litoral explican su forma de verlo.
Raúl Quinto (Premio Andalucía Joven 2004 por La piel del vigilante, acaba de publicar Ruido Blanco con La Bella Varsovia)
Poesía y ciencia son dos herramientas más para explicarnos el mundo. Métodos distintos contra la incertidumbre, pues la ciencia busca respuestas firmes mientras que la poesía se mueve en el terreno del interrogante, en la frontera del enigma como sentido. Por otro lado el arte debe alimentarse o usar todo aquello que forme parte de la realidad. Nada humano debe serle ajeno al poeta. La ciencia, sus métodos, sus relatos, sus símbolos, también. En mi último libro ‘Ruido Blanco’ son constantes las referencias científicas y tecnológicas. Nuestro mundo hoy más que nunca es eso, la poesía actual no puede ni debe renunciar a esos ámbitos.
Virginia Aguilar (Seguir un buzón, Renacimiento 2010)
A priori, la exactitud parece ser propia de números impares o con muchos decimales, pero creo que de esa misma precisión se puede hablar cuando nos encontramos con un verso certero. De hecho, el espíritu de las cosas, si es fácil atraparlo, será dentro de la poesía. Mi formación de letras me hace acercarme a muchas noticias científicas con una curiosidad inmensa, con ganas de comprender qué hay detrás de la explicación que nos es dada, curiosamente, a través de metáforas. Esa mezcla, supongo, es la que hace que a los ojos de un poeta las interpretaciones y las lecturas de estas publicaciones acaben por ser caleidoscópicas e infinitas.
Luis Muñoz (Premio Ojo Crítico de Poesía por Correspondencias, 2001)
Creo que se pueden establecer similitudes entre ciencia y análisis de la poesía, pero entre ciencia y escritura de la poesía, resultan demasiado forzadas. No creo que haya una metodología ni lejanamente científica para la escritura de la poesía por mucho que la poesía explore, experimente, investigue, estudie, etcétera, porque todo eso el poeta lo hace a impulsos caprichosos, intuitivos, profundamente personales. Cada poeta, en este sentido, funda su propia ciencia.
Alberto Santamaría (Interior metafísico con galletas, 2012)
No me interesa realmente, desde un punto de vista objetivo, las relaciones entre poesía y ciencia. O dicho de otro modo: nunca me he parado a pensarlo demasiado. Pero cuando sí lo he hecho —y ahora es bastante común— me he dado cuenta de que no me ofrece nada. Ahora bien, la ciencia me interesa y mucho, lo mismo que la poesía, pero hacen referencia —desde mi punto de vista— a aspectos diferentes de la realidad. Parafraseando a Aristóteles diremos que la ciencia (aun siendo muy imaginativa, creativa, llena de asuntos problemáticos de representación) está atada a los hechos (sean estos fácticos o proyectados) mientras que la poesía es en sí el género de la apertura, inaprensible, es el género donde el lenguaje se desfonda deliciosamente. Dicho esto, la relación que me interesa es aquella en la que la ciencia se alegoriza, donde la ciencia pierde su carácter de proyección o desvelamiento de la verdad, para poder ser cualquier cosa. Como dijese algún personaje de Chuck Palahniuk: “si no entiendes algo puedes hacer que signifique cualquier cosa”. Ésa me parece una de las mejores definiciones de poesía así como del hacer alegórico del poema. De interesarme la relación entre la ciencia y la poesía vendría por el lado de la alegoría, pero del mismo modo que me interesan las ferreterías o la horticultura.
Begoña Callejón (La camada feroz, Candela-Amargord, 2012)
La ciencia y la literatura son realidades que, sin duda, se complementan. Ambas trabajan con la belleza. En la Antigüedad aparecían unidas. Hoy día, con las nuevas tecnologías, se sigue manteniendo de alguna forma esa unión, e incluso se hace más fuerte. Imaginemos por ejemplo cómo podrá un astronauta transmitir la belleza de aquello que está viendo desde el espacio. Es muy probable que tenga que recurrir a metáforas. Anhelará ser poeta sólo para que su mensaje esté a la altura de lo que realmente ha vivido como hombre de ciencia. Si nos preguntáramos, ¿qué es la investigación sin la belleza? ¿Y qué es la belleza sin la poesía?, nos daríamos cuenta de que conocimiento y poesía forman una cadena difícil de romper. Litoral nos ofrece en esta ocasión una joya, un reto, unas páginas difíciles de borrar de nuestra mente. Consigue demostrarnos que la belleza la podemos encontrar en cualquier lugar, todo depende de la lente con la que miremos. Ciencia y poesía se unen en la inspiración, ambas necesitan nutrirse de ella. En la poesía hay que crear, mostrar las diferencias y las semejanzas, igual que en la ciencia. En mi caso, a la hora de escribir, suelo hacerlo de una forma espontánea, las palabras estallan como una fórmula química, se dejan ver. Escribir es encontrarnos de nuevo, experimentar desde la magia.
Javier Moreno (Cadenas de búsqueda, El Desvelo Ediciones)
No busco premeditadamente hacer uso de contenidos científicos dentro de mi literatura. No me atengo a reglas externas a la propia literatura, a lo que quiero contar en cada caso. Sí es cierto que mi formación científica ha acabado modelando mi manera de entender y percibir las cosas, algo que acaba filtrándose a través de ciertas metáforas y técnicas de escritura que emparentan con propuestas científicas. Es algo que surge –eventualmente- de manera espontánea y no con carácter programático. Me interesa, sobre todo, la noción de lo inaprensible, algo que en matemáticas se asocia a lo infinitesimal (Leibniz) y en arte a lo infraleve (Duchamp) o infraordinario (Perec). Me interesan mucho este tipo de ideas o conceptos que acaban por determinar en según qué disciplina un modo de entender y de hacer las cosas. A veces tras una estética o una teoría científica subyace una idea común. Esa búsqueda de intersecciones y resonancias es quizás el territorio en el que, como creador, me siento más cómodo.
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