Los atletas nacen y se hacen, pero los superatletas nacen. Según estudios realizados, los mejores deportistas tienen una herencia genética distinta a la de los demás, un hecho que les supone una ventaja deportiva. Con los avances en terapias génicas, los especialistas se plantean si el resto de atletas tendrá que modificar su genoma para poder competir en igualdad de condiciones, algo actualmente no permitido por las autoridades deportivas.
Los atletas nacen y se hacen. Los superatletas nacen. Cada vez son más los estudios que demuestran cómo a los mejores deportistas les ha tocado una herencia genética distinta a los demás.
Un dato: la mitad de los atletas euroasiáticos y el 85% de los africanos cuenta con al menos una copia del alelo 577R, una variante del gen ACTN3, tal y como recuerda un artículo publicado en la revista Nature. O, por ejemplo –dejando a un lado a la élite olímpica– el 94% de los sherpas del valle de Katmandú, en Nepal, cuenta con la variante I del gen ACE, que favorece la escalada de alta montaña.
Esto no significa que las duras sesiones de entrenamiento no sirvan para nada, pero indica que hay individuos que lo tienen más fácil para pulverizar récords que el resto.
“Los métodos de entrenamiento te hacen mejorar pero, como todo el mundo entrena de la misma forma, se ha comprobado que aquellos que son superiores al resto cuentan con un conjunto de variantes genéticas –mutaciones beneficiosas– que muy pocos atletas presentan”, ha explicado a SINC Steve Gullans, director general de Excel Venture Management de Boston (Estados Unidos) y coautor del artículo de Nature.
Además del conocido gen ACTN3, otros tantos –más de 200 variantes genéticas– marcan la diferencia. Y eso sin contar los que aún se desconocen. Gracias a las técnicas de secuenciación del ADN, los científicos van a poder descubrir las variantes más raras, algunas exclusivas de un único individuo.
En opinión de Gullans, los atletas recurrirán a la secuenciación de su genoma cuando la técnica sea más asequible y se haya creado una especie de base de datos con las claves genéticas que potencian las destrezas atléticas. “Hoy en día, solo serviría como una guía”, puntualiza.
No obstante, siempre hay excepciones. El madrileño Jesús Oliván, un atleta de salto de longitud de los años ‘90, contaba con una deficiencia en el gen ACTN3. Aun así, a los 16 años consiguió el mismo registro que Carl Lewis a su edad.
Compitió en dos olimpiadas y en varios campeonatos europeos y mundiales de atletismo. Los expertos creen que otros factores –desconocidos por el momento– explicarían su alto rendimiento.
El dopaje, también genético
En vista de que la naturaleza no trata igual a todos los deportistas, la duda está en si los juegos olímpicos, tal y como los conocemos hoy, premian una genética envidiable más que el esfuerzo físico y la capacidad de superación.
En este sentido, Gullans pronostica que las olimpiadas podrían evolucionar hacia tres escenarios. Uno de ellos, como ocurre ahora, es que ganen los mejores, aunque tengan ventajas en su mapa genético.
Otro segundo escenario sería dar ventaja a aquellos deportistas que no cuenten con una combinación genética especial y, el tercero, que estos atletas utilicen ciertas terapias para igualar a los mejores, algo completamente prohibido en la actualidad.
“La terapia génica se puede usar para cambiar la composición de los genes de un individuo añadiendo uno nuevo al cuerpo. Por ejemplo, podrías añadir un gen que fabrique EPO –eritropoyetina– y eso haría que el individuo produjera más glóbulos rojos”, comenta el experto. Un incremento de los glóbulos rojos aumenta la cantidad de oxígeno que la sangre transporta a los músculos del cuerpo. La Agencia Mundial Antidopaje (WADA, por sus siglas en inglés) prohíbe su utilización.
El dopaje genético es una de las amenazas a las que se enfrentan olimpiadas y campeonatos internacionales y no siempre es fácil de identificar. La tecnología ha llegado a tales niveles que los atletas que quieren alterar su mapa genético necesitan la ayuda de los expertos. Por eso, los controles no deben centrarse solo en los deportistas.
“Las mejoras genéticas deberían evaluarse caso por caso y la responsabilidad debería recaer en los médicos de los deportistas, que se ocupan de la administración segura y de vigilar la salud de los atletas”, ha señalado Julian Savulescu, profesor de Ética Práctica de la Universidad de Oxford (Reino Unido), en el congreso ESOF 2012 de Dublín (Irlanda).
Los controvertidos test de género
A pesar de que los controles antidopaje cada vez son más exhaustivos, los expertos dudan de que puedan detectar si una variante genética es natural o ha sido introducida. Algo similar ocurrió con los test de verificación de género que empezaron a desarrollarse en los años ‘60 para evitar que atletas masculinos compitieran en pruebas femeninas.
De las cerca de 10.000 mujeres que tuvieron que pasarlos mientras estuvieron vigentes –entre 1966 y 1998– no se detectó ningún caso de fraude, tal y como revela un estudio publicado en la revista Canadian Bulletin of Medical History.
“En general, no creo que los test fueran necesarios porque no había hombres que se hicieran pasar por mujeres”, ha declarado a SINC James L. Rupert, investigador del Laboratorio GRIP-Cinética humana de la Universidad de British Columbia (Canadá) y autor del estudio.
A pesar de que las pruebas fueron mejorando a lo largo de los años –de simples controles visuales a complejos test moleculares– seguían presentando errores, en especial falsos positivos, con repercusiones sociales muy negativas para la atleta en cuestión. “Los encargados de llevar a cabo las pruebas no estaban preparados para tratar adecuadamente a todas las mujeres, como por ejemplo aquellas que sufrían el síndrome de insensibilidad androgénica –feminización testicular–, que se veían perjudicadas cuando los resultados se filtraban”, reconoce Rupert.
En las olimpiadas de Barcelona ’92 se empezaron a tener en cuenta los aspectos psicológicos del género y, unos años más tarde, en 1999, finalmente se dieron por concluidos estos controles. “La biología no siempre es blanco o negro. Variantes genéticas poco comunes pueden conferir los rasgos biológicos de una persona que parece desafiar a su género”, matiza Gullans.
En la actualidad, la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF por sus siglas en inglés) solo analiza de forma individual casos denunciados por otros atletas, cuando hay sospechas en un control antidopaje o si a una federación nacional le llega una queja. Uno de estos casos fue el de la atleta sudafricana Caster Semenya.
Ganadora del oro de los 800 metros lisos en el Campeonato Mundial de Atletismo de Berlín de 2009, otras corredoras pidieron al IAAF que verificara su sexo. Fueron los medios de comunicación los que publicaron que los altos niveles de testosterona de la atleta se debían a una feminización testicular, algo que no quiso ni confirmar ni desmentir el organismo.
En 2010, el IAAF finalmente aceptó las conclusiones de un grupo de expertos médicos y permitió que Semenya siguiera compitiendo en las categorías femeninas, conservando todos sus galardones. Pero el juicio público ya estaba hecho. “La historia jamás debió haberse hecho pública. Semenya sufrió una vergüenza innecesaria”, se lamenta Rupert.
Virilización en menores
Lo que se mantuvo durante muchos años en secreto fue la virilización que llevaron a cabo médicos y científicos de la Alemania del Este (la antigua República Democrática Alemana) en jóvenes atletas. A las deportistas, muchas veces niñas, que participaban en durísimos programas de entrenamiento, les suministraban fármacos experimentales y andrógenos –hormonas sexuales masculinas–. Así mejoraban su rendimiento deportivo.
Si un corredor, en su infancia, sufre anemia falciforme y se cura gracias a terapia génica, ¿no puede correr en los juegos? El antiguo atleta y entrenador Werner W. Franke denunció estas prácticas en un conocido estudio. Franke, hoy profesor del Centro Alemán de Investigación del Cáncer, aseguró durante el foro ESOF 2012 que este tipo de prácticas siguen produciéndose.
Testosterona de origen animal y controlada bioquímicamente, hormonas de crecimiento, tratamientos con ‘polvos rojos’ –una mezcla de enzimas– o fármacos de dopaje miméticos son algunos de los ejemplos. “Hay que enfatizar que todos estos métodos son ilegales”, subrayó Franke.
Parece claro que en personas sanas que intentan mejorar su rendimiento físico con prácticas prohibidas, las autoridades deben intervenir. La duda surge con otro tipo de cuestiones. Si un corredor, en su infancia, sufre anemia falciforme –enfermedad hereditaria en la sangre– y se cura gracias a terapia génica, ¿no puede correr en los juegos? ¿Y si sufre una mutación genética hereditaria que dispara los valores considerados normales? No hay que olvidar que “la terapia génica funciona en humanos para curar enfermedades”, recalca Gullans.
Por lo tanto, no le resulta descabellado pensar que, en un periodo de tiempo, cuando sea mayor el conocimiento sobre los genes y la seguridad de las terapias, los organismos deportivos tendrán que contemplar que habrá un grupo de atletas cuyo genoma ha sido alterado y decidir si permiten que participen o no.
Del árbol al supermercado en una carrera
Al margen de prácticas ilegales y de una herencia genética más o menos afortunada, lo que todo ser humano comparte es que ha nacido para correr. No hay más que mirar a nuestros ancestros.
El Homo sapiens consiguió evolucionar de los simios que vivían en los árboles para convertirse en un vigoroso atleta. Aunque aquí entra en juego el actual ritmo de vida sedentario. “La mayoría de los seres humanos de hoy no vive en un medio en el que tenga que hacer un ejercicio regular para conseguir carne”, explican Timothy Noakes y Michael Spedding en otro artículo del último número de Nature.
En cualquier caso, aunque la caza hoy se encuentre en las cámaras frigoríficas de los supermercados, nuestra habilidad de asimilar y usar oxígeno nos hace tener una mayor capacidad metabólica que cualquiera de nuestros antepasados. Y en esta nueva era, los científicos indican que una proteína en concreto destaca sobre las demás: el factor neurotrófico derivado del cerebro (BDNF, por sus siglas en inglés).
Varias investigaciones han demostrado su papel en la prevención de enfermedades. Con el ejercicio, aumenta la circulación de esta proteína y el número de conexiones neuronales, lo que beneficia al uso de la memoria.
En ratones se ha comprobado que disminuye la obesidad y la aparición de diabetes tipo 2. Juega un papel importante en trastornos psiquiátricos y neurológicos –al destacar en el cortex prefrontal– y estimula a las mitocondrias del cerebro. También actúa en la médula espinal para reducir la frecuencia cardíaca.
Hacer deporte, por tanto, beneficia a nuestro estado físico, aunque los expertos recuerdan que siempre debe ir acompañado de una dieta equilibrada. “El ejercicio puede ser barato pero las consecuencias de ignorarlo, muy caras”, advierten.
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