Leticia Alonso reside en Boston desde agosto de 2008. Se instaló allí para vivir la experiencia de dar clases en otros países a través del programa del Ministerio de Educación ‘Profesores visitantes en EEUU y Canadá’. Trabaja en un colegio público en Mendon, un pueblo a 55 kilómetros de la capital. Se trata de un centro ISA (Internacional Spanish Academy), en el que se utiliza un modelo de educación bilingüe español-inglés. “Desde los cinco años hasta segundo grado, a los ocho, los niños estudian en español. A partir de tercer grado se va introduciendo un porcentaje progresivo del curriculum en inglés”, explica la joven compostelana.
Ella es tutora de cuarto grado, por lo que da un 40 por ciento de las clases en la lengua de Shakespeare (English Language Arts y Social Studies) y un 60 por ciento en la de Cervantes (Lengua Española, Matemáticas y Ciencias). “La experiencia está siendo muy gratificante. Creo que la enseñanza bilingüe, entre otros muchos beneficios. ayuda a los niños a entender la diversidad cultural de nuestro mundo”, asegura Leticia.
Sus alumnos se escriben cartas con niños del colegio Zalaeta en A Coruña. “Se envían incluso cromos de equipos de fútbol españoles y de beisbol americano”,cuenta. Y es precisamente allí, en el colegio, donde encuentra más diferencias con Santiago: “El juramento diario a la bandera, la alta dotación de recursos, que ofrezcan como actividad extraescolar esquiar... son aspectos que chocan”.
Gran oferta cultural
¿Pero cómo es la vida de Leticia en Boston? Vive en Brighton, un barrio situado en la zona noroeste donde convive con muchos estudiantes universitarios, pues es allí donde se encuentran dos de las universidades más importantes de la localidad: Boston College y Boston University.
Dice que se trata de una ciudad pequeña, “muy manejable”, y que lo mejor es la gran oferta cultural y de ocio a precios razonables. “En mi tiempo libre, además de estar con mis amigos, voy a clases de jazz dance o ballet”, relata. “Lo peor quizás es el tiempo. Hace demasiado frío y nieve. El inverno se hace muy largo. Tener una pala en el coche es algo indispensable en los meses de noviembre a febrero”, reconoce.
Tampoco ha logrado adaptarse a los horarios. “Sigo sin hacerme a la idea de cenar a las 7 de la tarde”, comenta.
En agosto de 2011 caduca su visado. Entonces volverá a Santiago y podrá disfrutar de lo que más echa de menos de Compostela: la comida y pasear por la zona vieja.
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