El grito espontáneo de "¡payéjali!" (¡vamos allá!) que profirió Gagarin acurrucado en la cápsula Vostok durante la ignición del cohete, a las 9.07 (hora de Moscú, 7.07 en España), quedó para siempre vinculado en la cultura popular rusa como expresión de autoconfianza y arrojo ante retos imposibles.
Tras sobrevolar el Estrecho de Magallanes, África y Turquía a 28.000 kilómetros por hora en régimen automático, la caída de la nave esférica Vostok sobre un sembrado en la región meridional de Saratov, plantó la primera semilla de la cosmonáutica en nuestro planeta. La noticia de aquella órbita pionera no tardó en dar la vuelta al mundo. "La Tierra tiene una aureola muy característica, de un hermosísimo color azul", dejó escrito Gagarin en su informe de vuelo. La dimensión de aquel hito trascendía fronteras, razas, culturas e ideologías, pero en ese momento Gagarin sólo quería un teléfono para llamar a Moscú.
Llegada a Engels tras el aterrizaje
El aterrizaje del ruso fue poco ortodoxo. Creyendo que se quemaba vivo durante la reentrada (las llamaradas penetraban como dagas en el revestimiento de la cápsula Vostok), Gagarin activó su asiento eyectable a 7 kilómetros de tocar tierra. Al parecer, nadie le advirtió que tendría que aguantar en la estratosfera aquel 'descenso a los infiernos' durante varios minutos.
"En aquel momento se cortó la comunicación. Gagarin se asustó porque creía que se quemaba y se arrancó sus microfonos de comunicación [langirófonos]", asegura a ELMUNDO.es Guenadi Turkin, que en 1961 era el meteorólogo del aeródromo de militar Engels, la localidad a la que fue traslado Gagarin tras su aterrizaje, donde mantuvo contacto directo con el primer cosmonauta y le sirvió de guía en medio de la gente.
Cuando aquella mañana le pidieron que controlara la velocidad del viento, Guenadi pensó que los científicos de Moscú iban a lanzar algún otro perro, como Laika (el primer ser vivo lanzado al espacio en 1957) o como Belka y Strelka, la pareja de canes que en 1960 sobrevivió al primer vuelo cósmico de ida y vuelta con seres vivos.
Gagarin aterrizó en paracaídas en campo abierto, en un punto que Moscú no había previsto, razón por la que no había nadie para recibirlo. El aterrizaje se desvió sensiblemente debido a que la cápsula Vostok y el módulo de instrumental no se separaron a tiempo, enredados como estaban por unos cables (que afortunadamente se fundieron durante la reentrada).
El susto de dos campesinas
Mientras descendía en paracaídas, Gagarin reconoció la mítica anchura del río Volga y supo que estaba en casa. Las primeras personas a las que vio fue a una campesina y su nieta que plantaban patatas. "Soy uno de los vuestros, Un soviético. No teman", les dijo al ver que reaccionaban con miedo.
Las koljozianas le ofrecieron leche y pan, pero Gagarin declinó la oferta y, en medio de aquel sembrado, fue al grano: "necesito llamar por teléfono". Gagarin ansiaba comunicarle a las altas esferas que su esfera estaba en tierra. Hoy probablemente las lugareñas se habrían sacado un móvil del bolsillo de la falda y le habrían hecho fotos a Gagarin, pero entonces el teléfono era un bien escaso en la URSS profunda. La aldea más cercana era Smelovka, a unos seis kilómetros, mientras que la ciudad más próxima, Engels, distaba 20 kilómetros.
Cuando los trabajadores del cercano koljoz Shevchenko cercaban a Gagarin y lo jaleaban sabedores de su gesta (la agencia TASS había dejado caer la noticia poco antes de su aterrizaje), irrumpió un grupo de militares del Ejército Rojo para llevarse al cosmonauta recién nacido a la guarnición de Engels en un helicóptero Mi-4.
Un lugar de peregrinaje
El lugar donde Gagarin aterrizó, a unos 20 kilómetros de Engels, es hoy un lugar de peregrinaje obligado para los entusiastas de la cosmonáutica. El punto donde cayó la nave Vostok queda demarcado por una colosal estela metálica de un cohete, cuyo pedestal marrón repintan varios obreros en vísperas del 50 aniversario del vuelo pionero de Gagarin, que Rusia celebra hoy por todo lo alto.
"Cuando salió el helicóptero, la gorra inmediatamente se la llevó el viento. Su cabeza era pequeña y el jefe de departamento político le había dado una gorra grande", recuerda Turkin, que en 1961 tenía 30 años y contempló aquel segundo aterrizaje de Gagarin con sus prismáticos.
En Engels todos querían ver y tocar a Gagarin, que del helicóptero fue trasladado en un coche verde 'Volga' hasta las instalaciones de control de vuelos para que pudiera llamar por teléfono al Dios comunista, el secretario general del Partido Comunidta de la URSS y padrino de su ascensión espacial, Nikita Jrushchov.
"No ha cambiado nada, sólo la valla, que rodea el edificio, que entonces era de madera", explica a ELMUNDO.es Fanil Gareev, un ex oficial de 65 años que aquel día hacía ejercicio de tiro cuando Gagarin entró en Engels y se le puso a tiro. "Ese fue el momento más impresionante en mi vida", confiesa emocionado, enfundado en una parca verde lagarto y con una bolsa de plástico negro de la que saca una foto de Gagarin hablando por teléfono dentro del instituto científico. "Jrushchov estaba ese día en Sochi", aclara.
Koroliov, el 'cerebro' a la sombra
En realidad la entrada de Gagarin a Engels fue una 'reentrada', ya que el cosmonauta había estado en aquellas instalaciones militares durante el entrenamiento en 1960 del primer grupo de veinte pilotos seleccionados para volar al espacio por obra y gracia de Serguei Koroliov, el padre de la cosmonáutica sovietica y del Sputnik (el primer satélite artificial lanzado por Moscú en 1957).
Koroliov, cuya identidad sólo fue revelada tras su muerte en 1966, llamaba "aguiluchos" a los futuros cosmonautas. "En los ensayos con maniquíes habían visto que muchos se dañaban la cabeza en el aterrizaje, así que el cosmonauta tenía que ser bajito", explica Turkin. Gagarin medía 1,57, pese a lo cual "jugaba al baloncesto y al voleibol como delantero porque tenía un resorte interno que le hacía saltar muy alto", explica a ELMUNDO.es Alexei Leonov, compañero de Gagarin en aquellos entrenamientos y protagonista en 1965 de la primera paseata espacial de la historia.
"En 1960 la palabra cosmonauta aún no existía, y nosotros hemos pensado que se preparaban para competición de paracaidistas", explica Gareev, que llora de emoción ante una enorme torre oxidada desde donde los potenciales cosmonautas se catapultaban con paracaídas imitando la eyección.
En Engels el calor de la Vostok fue sustituido por el calor humano (tan abrasivo como el del rozamiento estratosférico): Gagarin no había sido entrenado para soportar las presiones de la masa, y cuando se sintió oprimido por el gentío ante el edificio de investigaciones científicas de la guarnición exclamó: "El vuelo cósmico no me ha matado, pero ahora temo morir aplastado por vosotros". Así lo recuerda Piotr Kvashniuk, un oficial-ingeniero de 25 años que aquel día tomó las primeras fotos de Gagarin descendido cuando era jaleado por la multitud. Aunque el KGB le arrebató por las malas los negativos (hizo unas 70 fotos), Kvashniuk conservó una cuantas imágenes que ha compartido en exclusiva con este diario (léase suplemento Eureka del 10 de abril).
Después de telefonear por segunda vez a Jrushchov aquel día desde el edificio de investigaciones científicas de la guarnición militar de Engels, Gagarin fue trasladado en helicóptero a Kuibishev (actual Samara), desde donde voló en avión a Moscú, donde lo esperaba Jrushchov con los brazos abiertos.
Una misión incierta
Aunque Gagarin le dijo al líder soviético que todo había ido como la seda, aquello no fue del todo cierto. Una concatenación de imprevistos, como el fallo de hermetización en la escotilla de la nave (que hubo que desatornillar y cambiar con la ignición a punto de caramelo), la problemática separación final de los módulos (que provocó que la nave girara sobre su eje como una peonza durante diez minutos) o el desprendimiento inesperado del petate con el paracaidas de emergencia, dejaron el éxito de la misión en el aire.
Según recoge el escritor Yves Gauthier en su libro 'Gagarin o el sueño ruso del espacio' (1998) Oleg Ivanovski, uno de los ingenieros encargados del diseño de la Vostok (el que cambió in extremis la escotilla de la cápsula), calculó a posteriori el porcentaje de éxito de la misión, situándola en no más de un 46%.
De hecho, el Kremlin tenía preparado tres sobres con tres declaraciones distintas: una para celebrar el éxito de la misión, otra lamentando la muerte del cosmonauta y una tercera que contenía un llamamiento a terceros países por si Gagarin caía en territorio extranjero. Anatoli Davidov, vicejefe de Roskosmos, la Agencia Espacial Rusa reconoció hace unos días que el éxito de la misión "fue en gran medida una cuestión de suerte".
Homenaje en Moscú
Quizá también fue una cuestión de suerte que Gagarin no se tropezara cuando caminó por la alfombra roja que habían dispuesto para él en el aeropuerto Vnukovo de Moscú: como se aprecia en las imágenes grabadas por la televisión soviética, el cordón de uno de sus zapatos se agita desatado como rubricando en el aire la terrenalidad del nuevo héroe volador. "Él fue una persona lúcida, lista, que sabía cantar, descansar...", explica a ELMUNDO.es Valentina Tereshkova, la primera mujer que voló al espacio en 1963 a bordo de la nave Vostok-6. "Sabía ser amigo de sus amigos", concluye Tereshkova, que el lunes participó junto con decenas de cosmonautas y astronautas de todo el mundo, retirados y en activo, en un homenaje a Gagarin que tuvo lugar en el museo de la cosmonáutica de Moscú.
"Durante una cena con la Reina de Inglaterra, Gagarin le confesó que no sabía con cual de todos los cubiertos tenía que servirse", recordaba el ex cosmonauta Pavel Popovich en conversación con este diario uno años antes de su muerte, acaecida en 2009.
Pese al estrellato que le valió su única órbita espacial (su ascensión le valiera ser ascendido de teniente a mayor), Gagarin nunca dejó de tener los pies en la tierra.
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