No hay duda. La paleontología está de enhorabuena. Cuando apenas han pasado un par de semanas del hallazgo en Siberia de una nueva especie humana desconocida (que compartió Eurasia con nuestros antepasados y con los neandertales hace 40.000 años), un equipo de paleontólogos dirigido por Lee Berger, de la Universidad sudafricana de Witwatersrand, en Johannesburgo, acaba de publicar en Science el sensacional descubrimiento de dos esqueletos parciales, pero excepcionalmente bien conservados, de dos homínidos, una mujer y un joven preadolescente, que vivieron en Sudáfrica hace cerca de dos millones de años. Y ambos, de nuevo, pertenecen a una especie que la Ciencia aún no había clasificado. Un lejano antepasado nuestro que arrojará, según los investigadores, nueva luz sobre los orígenes de Homo sapiens, nuestra propia especie.
El nuevo miembro de la familia se llama Australopithecus sediba (sediba significa "fuente" en el la lengua de los Sesotho, uno de los once idiomas oficiales de Sudáfrica), era capaz de caminar erguido y sus restos han sido descubiertos, descritos y nombrados por Berger tras ser localizados en una cueva a sólo 40 km de la ciudad de Johannesburgo. Aunque, para ser totalmente sinceros, el auténtico protagonista del hallazgo no fue el propio Berger, sino su hijo Matthew, de apenas nueve años de edad, que se topó con el homínido mientras jugaba en las proximidades del yacimiento en el que trabajaba su padre.
"Papá, he encontrado un fósil", le espetó el niño al científico mientras le pasaba una piedra de la que asomaban restos fósiles. El paleontólogo, al principio, la cogió pensando que se trataba de un antílope, algo bastante corriente de encontrar en las rocas sudafricanas. Pero en cuanto se fijó mejor en el hallazgo de su hijo, se dio cuenta de que estaba ante algo mucho más importante: la clavícula de un antiguo homínido. Inmediatamente buscó por los alrededores y se dio literalmente de bruces con la mandíbula inferior de ese mismo y lejano antepasado de la Humanidad. "No me lo podía creer", afirmó después el científico.
Hoy, además de su portada, la revista Science dedica dos extensos artículos a la descripción de la nueva especie y a sus implicaciones sobre la debatida y aún no totalmente aclarada cuestión de qué significa exactamente ser un humano.
Mezcla de rasgos
Berger y su equipo explican en Science que los fósiles muestran una mezcla de rasgos muy primitivos y típicos de los australopitecinos con otros mucho más avanzados y típicos de los humanos que vinieron más tarde. Por eso, opinan los científicos, la nueva especie podría ser el mejor candidato de que disponemos hasta el momento a ocupar el puesto de antepasado inmediato de nuestro propio género, Homo.
Un lugar que hasta ahora ocupaba la popular Lucy, la pequeña Australopithecus afarensis que, sin embargo, es casi un millón de años anterior a la especie recién descubierta. Es precisamente la citada mezcla de rasgos lo que no permite que los científicos se pongan de acuerdo. ¿Estamos ante un australopitecino o frente al primer representante del género Homo?
"Yo pienso -opina Berger- que se trata de un buen candidato a convertirse en la especie de transición entre Australopithecus africanus (especie a la que pertenece el célebre niño de Taung) y Homo habilis, o incluso a ser el antepasado directo de Homo erectus (como el Chico de Turkana, el hombre de Java o en hombre de Pekín)". A pesar de la aparente convicción de Berger, la cuestión sigue abierta y es fuente de agrias polémicas entre los defensores de ambas posibilidades.
Una mujer y un niño
Los fósiles, con una edad comprendida entre 1,95 y 1,78 millones de años, corresponden a una mujer adulta (alrededor de treinta años) y a un joven de entre 10 y 13 años. Ambos han sido encontrados entre los mismos escombros fluviales y en el fondo de un antiguo sistema de cuevas esculpido por la erosión de un río. Sus restos estaban mezclados entre sí y con los de otros animales (tigres dientes de sable, ratones, conejos y antílopes), y todo parece indicar que murieron con muy poca diferencia de tiempo, quizá incluso ambos a la vez y muy poco antes de ser los dos arrastrados por la corriente y depositados en el lugar en el que fueron encontrados.
Durante los últimos dos años, los restos han sido sometidos a complicados tratamientos para lograr extraer los huesos de las rocas en las que estaban incrustados. Más de 60 científicos de todo el mundo y decenas de estudiantes han tenido ya la oportunidad de trabajar sobre estos extraordinarios fósiles.
Australopithecus sediba tenía los brazos largos, como un simio, las manos cortas y poderosas, una pelvis muy evolucionada y unas piernas largas y perfectamente capaces de permitirle caminar como hacemos los humanos. Incluso es posible que pudieran trepar. "Se ha estimado -explica Berger- que ambos medían alrededor de 1,27 metros, aunque el chico seguramente se habría hecho más alto. La hembra probablemente pesaba unos 33 kg y el joven cerca de 27 en el momento de su muerte".
"El tamaño de sus cerebros -añade el científico- estaba entre los 420 y 450 cm cúbicos en el caso del joven, que es pequeño si se compara con el cerebro humano actual, que está entre los 1.200 y los 1.600 cm cúbicos, pero la forma del cerebro parece mucho más avanzada que la de un australopitecino".
Un polémico origen
La imagen resultante de estas primeras investigaciones empieza a dibujar un homínido desconocido hasta ahora y cuya estructura ósea recuerda a las de las primeras especies del género Homo, pero que al parecer se comportaba más como lo habría hecho un Australopithecus que como uno de nuestros primeros antepasados directos. Sediba apareció cerca de un millón de años después que Lucy, y todo apunta a que la transición de los primeros homínidos hacia el género Homo debió de ocurrir en etapas muy lentas y espaciadas en el tiempo.
“No es posible establecer la posición filogené́tica precisa de Austalopithecus sediba en relación a varias especies asignadas al Homo primitivo”, escribe Lee Berger en Science. “Podemos concluir que esta nueva especie comparte más características derivadas con el Homo primitivo que con cualquier otra especie de austalopiteco conocida, y por tanto representa un ancestro candidato para el género, o un grupo hermano a un ancestro cercano que persistió durante cierto tiempo tras la primera aparición de Homo”.
“Antes de este descubrimiento, podías prácticamente acomodar el registro completo de fósiles que son candidatos para el origen del género Homo de este periodo en una pequeña mesa. Pero, con el descubrimiento de Australopithecus sediba y la riqueza de fósiles que hemos recobrado –y y que seguimos recuperando—esto ha cambiado de forma dramática”, concluye el paleontólogo.
El yacimiento, por supuesto, continúa siendo explorado y nadie duda que dará nuevos y espectaculares frutos en el futuro. Quizá alguno de los próximos descubrimientos sirva para zanjar para siempre las dudas que aún nos quedan sobre nuestros remotos orígenes.
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